El aliento

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

14 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Los laboratorios de los hospitales son espacios propicios para la aprensión. Lugares en los que cada uno rumia sus temores en silencio y mirando a la nada. Un día estaban allí unos padres preocupados y un pequeño con cara de asustado. Querían extraerle sangre al niño para unos análisis, pero todos los intentos resultaban inútiles. El crío clamaba desesperado: «¡Auxilio, auxilio!». Los gritos eran conmovedores y la escena se hacía cada vez más dramática. Hasta que llegó una enfermera que parecía más experimentada. Logró calmar al chiquillo y completar con éxito la operación. Debe de haber pocas satisfacciones más grandes que recibir una mirada tan agradecida como la de aquellos padres. Una sonrisa de gratitud eterna. Debe de ser de las pocas artes que no tienen precio. Labores que semejan impagables, si bien pronto se olvidan en el devenir diario que, a veces, va enterrando lo que no conviene. Uno puede trabajar en muchas cosas, pero para momentos así hay que tener mucha vocación. Es admirable cómo los sanitarios pueden meterse en la profundidad de los dolores de las personas para salvar abismos con dignidad. Poder escrutar en lo más íntimo para levantar a la gente del pozo del dolor. Hay pocas tareas que tengan un valor tan humano. El domingo fue el Día de la Enfermería, de esa gente imprescindible para la salud y la humanidad. Contaba una vez Juan Carlos Agustín Espasandín, vimiancés que fue el primero que vivió con un corazón artificial y que después fue trasplantado, que antes no veía salida ni futuro y que luego se llenó de vida e ilusiones. La alegría de Juan Carlos es colectiva. El triunfo de los sanitarios y de toda la sociedad. Y también de las enfermeras, el aliento de los pacientes.