«¡OK, boomer!»

Rafael Arriaza
Rafael Arriaza AL DÍA

OPINIÓN

María Pedreda

09 abr 2024 . Actualizado a las 09:21 h.

Las lenguas son herramientas flexibles, mutantes, capaces de adaptarse a las necesidades de sus hablantes de manera grácil. Esquivan las imposiciones externas «por decreto» y, sin embargo, cambian sin que muchas veces sepamos a ciencia cierta dónde se originó la modificación (a veces, simplemente moda a secas) o el nacimiento de vocablos que se convierten de uso común. Hace poco escuché a un conocido decirle a otro: «¿Ya no junas nada?». Para muchos lectores, esa expresión automáticamente les retrotraerá a la época del «no vale furar» de los partidos con los amigos en los campos improvisados en el patio del colegio o algún descampado, con varias piezas de ropa marcando las porterías. Para muchos otros, si no están un poco versados en koruño, sonará a chino. No sé cómo llegaron esas dos expresiones a instalarse en Galicia, porque en otras zonas de España no las escuché nunca, aunque la de furar procede claramente del latín y seguramente se popularizó después de que alguien pidiese que no agujereasen con un chut fuerte la red, al portero o los cristales que hubiese detrás de la improvisada portería, y por comodidad y economía de palabras se difundió rápidamente. La otra, la de junar, es totalmente diferente, puesto que procede del caló, y, aunque la población gitana existe desde hace mucho tiempo en Galicia, es curioso ver cómo parte de sus vocablos se han incorporado al lenguaje de los payos en algunos lugares. Casi podríamos saber la edad de muchos lectores solamente preguntando si entienden esas dos expresiones o no. Los más jóvenes, los que no saben a qué se refiere otro cuando les pregunta si junan algo, seguramente responderán con un «OK, boomer» al explicarles que se refiere a si ven bien o distinguen algo. Y los que junan no entenderán que —en realidad— sí que son boomers, porque nacieron durante el bum económico que siguió a la Segunda Guerra Mundial y llegó hasta los años 60. Vemos cómo el lenguaje se ha ido acortando, simplificando en muchos aspectos, para acomodarse a los gustos y hábitos de la Generación Z, los también llamados Centennials o Ziudadanos, y que en España se calcula que aglutina a la nada desdeñable cifra de entre 5 y 7 millones de personas. Jóvenes que consideran a sus mayores como la generación responsable de la crisis climática y la situación financiera contemporánea. Jóvenes que pasan mucho tiempo conectados a sus teléfonos inteligentes y que se alimentan sobre todo de información obtenida de vídeos, en los que es fundamental priorizar los contenidos breves, porque no son capaces de mantener un nivel de concentración adecuado durante el tiempo necesario para leer nada medianamente largo. Los Centennials quieren que vayas al grano, sobre todo si se trata de promocionar algo, pero eso hace que tengan dificultades para estudiar contenidos no masticados y digeridos previamente para convertirlos en «píldoras de información»; y por eso —entre otras cosas— su rendimiento académico en cualquiera de los niveles educativos es pobre. Por eso muchos prefieren no ir a clase, incluso en la universidad, porque suponen que la información que obtienen on line de manera compactada les resultará suficiente para lograr una formación satisfactoria. Pero, a la vez, esos nuevos usos del lenguaje y la manera que tienen de comunicarse esos Ziudadanos demuestran la velocidad a la que cambia nuestra sociedad actualmente, y la necesidad de lograr un equilibrio entre lo nuevo y lo viejo, porque todo lo bueno alguna vez fue nuevo, pero no todo lo nuevo será bueno.