Chile, el gran país del «no es no»

Jorge Quindimil PROFESOR DE DERECHO INTERNACIONAL Y RELACIONES INTERNACIONALES. UNIVERSIDADE DA CORUÑA.

OPINIÓN

Elvis González | EFE

21 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Una subida del precio del metro equivalente a 3 céntimos de euro (30 pesos chilenos) sumió a Chile, una de las grandes democracias de América Latina y del mundo, en el peor proceso de convulsión social y política de su historia democrática: el llamado estallido social o la revolución de los 30 pesos de octubre del 2019.

Ese incremento de unos 0,03 euros dio lugar a la mayor manifestación pacífica de la historia del país, pero también a actos de violencia descontrolada que dejaron cifras terribles: una treintena de muertos, centenares de heridos, más de veinte estaciones de metro incendiadas, miles de personas detenidas por saqueo y otros delitos, unos 25.000 comercios destruidos y centenares de ataques contra policías. Según cifras oficiales, aquellos 3 céntimos causaron daños y pérdidas por valor de 1.400 millones.

El estallido social fue utilizado para forzar la elaboración de una nueva Constitución, al considerar que la Constitución vigente era la causa de los males del país al haber sido elaborada en plena dictadura de Pinochet, en 1980. La regla de tres era tan sencilla como sesgada: el incremento del precio del metro y sus trágicas consecuencias eran culpa de una Constitución pinochetista, luego había que cambiar la Constitución. De hecho, se acuñó el eslogan de pancarta «No son 30 pesos, son 30 años», en alusión a los 30 años de democracia transcurridos desde la salida de Pinochet del poder.

El entonces presidente de Chile, el derechista Sebastián Piñera, cedió a las presiones anunciando a los pocos días que se abriría un proceso constituyente. La nueva izquierda chilena, capitaneada por Gabriel Boric, capitalizó el estallido social para ganar las elecciones del 2021. En las primeras líneas de su programa electoral afirmaba que Chile estaba viviendo «un momento histórico lleno de desafíos» en el que el pueblo chileno, «movilizándose en contra de los abusos y exigiendo mejores condiciones de vida, abrió paso a una nueva constitución que construya un país distinto». Pues bien, ese pueblo chileno ha rechazado de forma contundente hasta dos proyectos de nueva constitución, uno de corte supuestamente izquierdista y otro de corte supuestamente derechista. El mensaje es claro: no es no. Boric ha tenido que rendirse, afirmando que «se cierra el proceso constitucional» porque «las urgencias son otras».

El pueblo chileno ha dado una lección a su clase política, a izquierda y a derecha. Las constituciones no suelen ser las causas de los problemas, sino los políticos. Quizá el pueblo chileno no necesita una nueva constitución, sino algo tan extravagante como que los políticos hagan su trabajo y resuelvan problemas en lugar de crearlos. La Constitución vigente, tildada de ilegítima desde ciertos sectores por nacer en dictadura, fue modificada más de cien veces desde el plebiscito que expulsó a Pinochet del poder en 1988. Curiosamente, Pinochet sufrió el mismo rechazo que ahora la fallida nueva constitución, un 55 %. Desde entonces, Chile se ha convertido en una de las mejores democracias del planeta.