La ley gitana consiste en que sean los propios miembros de esa etnia los que arreglen sus conflictos y sus peleas. Generalmente, prefieren, frente al Código Penal, utilizar la ley del talión, que es difícil de equilibrar y casi siempre queda un poco inclinada. Por eso, por más que pasen los años, siempre queda algo pendiente. En cambio, la ley de los payos tiene dos pilares: el derecho romano y los linchamientos a los cuatreros en el oeste americano, la llamada ley de Lynch, que los jueces vinieron a impedir.
Ahora, los judíos están en ese terreno pantanoso. La atrocidad de los terroristas musulmanes no puede ser respondida, como pide la OTAN, con proporcionalidad. Porque no se puede ser proporcionalmente terrorista o asesino. Eso lo hacían en las legiones romanas con los diezmos: matar a uno de cada diez. Hamás quiere venganza, pero no la suya, quiere la venganza de Israel, que entre al trapo, que arrase con todo. Quiere al mundo clamando contra el opresor. Por eso, Israel no puede bombardear e invadir la Franja, exterminar a la población civil. Tiene que llorar a sus muertos, reorganizar sus defensas y buscar apoyos en la gente pacífica y sensata que todos los pueblos tienen. Israel es un estado que se sustenta en cáscaras de huevo desde su fundación, y ya va siendo hora de que se asiente. En una división territorial justa y en una relación laica y amable con sus vecinos.
Porque más miedo que la matanza de Hamás dan los que en la televisión francesa afirman que se alegran.