De nuevo arde Francia

OPINIÓN

Un autobús calcinado, en la cuarta noche de disturbios en Francia
Un autobús calcinado, en la cuarta noche de disturbios en Francia MOHAMMED BADRA | EFE

12 jul 2023 . Actualizado a las 09:21 h.

El presidente Macron está contra las cuerdas. La convulsa Francia, cuna de las revueltas sociales que en diversos siglos han provocado cambios de trascendencia política, sigue rugiendo feroz con violentas y masivas protestas que terminan convirtiendo las calles de las principales ciudades del país galo en verdaderos campos de batalla.

Nadie entiende cómo el Gobierno en el Elíseo puede tener tal capacidad de resistencia, si se extrapolara la magnitud de las protestas y su dureza a otro país, no pocos hablarían de un Estado fallido o de un Gobierno colapsado por impopular.

El foco de las broncas son las mismas barriadas que en su momento unieron a estudiantes y a trabajadores para luchar por una mejora en los derechos sociales de las clases más desprotegidas en las masivas protestas de 1968 que duraron mayo y junio, y que terminaron resquebrajando el Ejecutivo de Charles de Gaulle.

El eco del descontento surgió en los bidonvilles (tugurios) que por entonces iban extendiéndose a las afueras de la capital de Francia y en otras ciudades, sobre todo las más industriales.

Uno de los bidonvilles más poblados desde mediados de 1950 era Nanterre que proliferaba recibiendo sobre todo a inmigrantes argelinos y magrebíes llegados a tierras francesas dispuestos a probar suerte; muchos llegaron a nutrir al sector de la construcción como obreros. Precisamente fue la Universidad pública de Nanterre, el origen de las protestas que sacudieron a toda Francia en 1968 tras la detención de varios estudiantes por protestar por la paz en Vietnam. La mecha prendió por todo el país, con huelgas masivas, liceos tomados y millones de personas vociferando por vivir en un mundo más justo y tampoco faltaron las consignas en contra del capitalismo y del imperialismo.

El presidente De Gaulle, orillado por un país paralizado, convocó elecciones generales anticipadas en junio de dicho año y solo así, la gente regresó a sus casas.

Cincuenta y cinco años después, es Nanterre otra vez el foco de la ira de cierta parte de la población, tras el asesinato del joven Nahel Merzou, de 17 años de edad y nacido en Francia pero hijo de argelinos inmigrantes. Al estudiante lo detuvieron en un control policial al oeste de dicha localidad y el joven no quiso orillarse porque era menor de edad sin permiso para conducir; y tras acelerar, el policía le lanzó un tiro en la cara asesinándolo.

La madre del menor cree que el policía le disparó por sus rasgos faciales africanos y anunció que se uniría a las protestas clamando por justicia en un país en el que persiste la xenofobia y la discriminación racial.

Nahel no era un delincuente, ni estaba siendo buscado por la justicia. De acuerdo con la agencia France Press, él pretendía entrar en la Universidad de Suresnes porque quería ser electricista y jugaba al rugbi en el equipo Piratas de Nanterre. No estaba ligado con las drogas. La familia del joven asesinado pide a través de su abogado que el policía sea juzgado por asesinato y no por homicidio involuntario, a fin de lograr el máximo castigo penal.

De ese Nanterre reavivó la llamarada que ha vuelto a incendiar Francia. Ya no es el Nanterre, calificado de tugurio, con chabolas de cartón y de madera improvisadas al que llegaban hombres desde varias partes de África, buscando un trabajo, para luego traerse a sus mujeres y formar una familia. No, es más. El Nanterre de los 14.000 habitantes de mediados de 1960 es ahora un suburbio que forma parte de la llamada banlieue (periferia) conformado por 93.500 habitantes. Y que, no lo dudemos, puede tener la fuerza de tirar al Gobierno de Macron.