
Después del revolcón electoral que los españoles le propinaron el pasado domingo, Pedro Sánchez reacciona, como acostumbra, faltando a su palabra. Garantizó que cumpliría su mandato a toda costa y convocaría elecciones para diciembre, y ahora adelanta los comicios de inmediato. Su intención es que los españoles retiren la confianza que acaban de otorgar al PP por los pactos que deberá asumir con Vox para gobernar en la mayoría de comunidades y ayuntamientos tras las elecciones celebradas este domingo. La estrategia de Sánchez es dar a entender a los españoles que, al igual que sucederá en algunas autonomías y corporaciones locales, un partido de extrema derecha como Vox entraría a formar parte del Gobierno de España si el PP gana las próximas generales. Una estratagema más de un presidente del Gobierno que se encuentra al final de la escapada y que, por más que intente ejecutar otro de sus trucos, tendrá muy difícil volver a recibir la confianza de los españoles en las elecciones de julio, ni siquiera con un nuevo Gobierno Frankenstein con unos socios como Podemos o Compromís, que han fracasado retrocediendo también en las elecciones. Sánchez no tiene ninguna autoridad moral para cuestionar los pactos del PP con Vox después de haber gobernado con el apoyo de los herederos de ETA y con los separatistas catalanes.
La decisión tomada por el presidente del Gobierno sería la correcta tras la dimensión de la derrota sufrida en las urnas a manos del PP de Alberto Núñez Feijoo, que ha despojado al PSOE de la inmensa mayoría de su poder territorial, si no fuera porque falta lo que cualquier dirigente político con un mínimo de dignidad habría hecho tras semejante varapalo político, que es presentar su dimisión irrevocable como máximo responsable del desastre. Con su reacción inesperada, Sánchez trata de impedir también que en el PSOE se articule un movimiento para buscar un candidato alternativo, como sería lógico, y obliga a los partidos a su izquierda a ponerse de acuerdo en torno a Sumar en diez días. Un dato clave.
«Asumo en primera persona los resultados y creo necesario dar una respuesta y someter nuestro mandato democrático a la voluntad popular», dijo ayer Sánchez. Una nueva falsedad, porque en política asumir los errores significa dar un paso atrás y dejar que sean otros los que intenten recuperar la confianza de los ciudadanos. Nada de eso hace un Sánchez, que pretende escribir un nuevo capítulo en su leyenda del renacido, pero que esta vez tiene casi imposible recuperarse de lo que ha supuesto una moción de censura popular en toda regla.
Fue Sánchez el que, para horror de los candidatos municipales y autonómicos de toda España, se echó a la espalda estas elecciones asumiendo todo el protagonismo. Y lo lógico habría sido que, tras su fracaso sin paliativos, presentara su renuncia. Ahora, todas las miradas están puestas en Alberto Núñez Feijoo, que deberá administrar con inteligencia su victoria y llegar a las generales sin pactos con Vox en los ayuntamientos y posponiendo los de las comunidades.