El precio del pan

Manuel Blanco Desar ECONOMISTA

OPINIÓN

EUROPA PRESS | EUROPAPRESS

16 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Los proletarios deben vigilar el precio del pan que sus proles comen para crecer. El trigo se ha disparado. Uno se fija en esto más que en las estadísticas oficiales. En algún supermercado, la barra estándar ha pasado de 0,45 euros a 0,85, casi el 89 % más, prácticamente el doble, mientras que los salarios suben menos del 5 %. Esto del pan es irrelevante para los pequeño-burgueses sin prole. A ellos les duele la subida de los billetes de avión, la cuota del gym o la tapa de angulas.

El pan siempre estuvo en el origen de las revueltas y revoluciones occidentales. Los romanos inventaron la Annona, el reparto subsidiado de trigo importado, y desde el progresista Graco hasta el fascista César todos echaron mano del ardid. Lo de progresista y fascista es una licencia, entiéndase. Por no ir tan lejos, en 1937 un ferrolano promovió desde Burgos el Servicio Nacional del Trigo, solo que, en vez de abastecerse en el extranjero como los romanos, requisaba y fijaba precios. El resultado fue más miseria, hasta que Eisenhower mandó una misión para explicarle que mejor le sería abonarse al turismo y a la emigración, como cualquier otro país sin industria propia. De ahí viene El turismo es un gran invento (Paco Martínez Soria dixit, 1968), aunque, mientras no se inauguraban los hoteles en Valdemorillo del Moncayo, la ley de 17 de julio de 1956 (BOE de 18 de julio) creó el Instituto Español de Emigración, invento exportador de trabajadores e importador de marcos, francos, florines y libras.

Si el pan engorda y es para pobres, según diversos influencers lerdos/tróspidos, fijémonos en la tortilla española que, conforme un diario económico, ha subido cerca del 150 % desde el 2020, y eso sin cebolla, que ha alcanzado un 238 % en el 2022. Tal vez la escarola de los influencers haya subido menos, lo desconozco. El caso es que la inflación subjetiva de los obreros en general, y de los proletarios en particular, es más gravosa para ellos que otras inflaciones personales. A evitar este abuso debiera ayudar la política agraria de la UE, pero no. Cuando a principios de los 90 anduve de prácticas en la Dirección General de Agricultura de la Comisión Europea, ya comenzaban a preocuparse más del bienestar de las gallinas que del precio de los huevos, a causa del lobi de myladies, que aman menos a los niños que a los bichos. Europa se ha olvidado de por qué subvencionó la producción agraria. Va siendo hora que Bruselas nos garantice mejor a los ciudadanos europeos suministros a precios razonables, según le ordena el artículo 39 del Tratado. Los proletarios, los obreros, los jubilados y hasta los mileuristas lo agradecerían.