¿Debemos preocuparnos por Estados Unidos?

José Enrique de Ayala ANALISTA DE LA FUNDACIÓN ALTERNATIVAS

OPINIÓN

MABEL RODRÍGUEZ

30 abr 2023 . Actualizado a las 10:12 h.

El actual presidente de EE.UU., Joe Biden, ha anunciado —como era esperado— que se presentará a la reelección, a pesar de que, según una encuesta publicada por la NBC, el 70 % de los estadounidenses cree que no debería hacerlo, incluido un 51 % de votantes demócratas, frente a un 26 % del total que lo apoyan. La principal razón de esta opinión, particularmente entre los demócratas, es su avanzada edad. De ser reelegido, inauguraría su segundo mandato con 82 años y lo terminaría con 86. No es que sea imposible llegar a esa edad en condiciones aceptables —Konrad Adenauer tenía 87 cuando dejó la cancillería de la República Federal de Alemania—, pero Biden ya ha dado, con 80, algunos indicios preocupantes de desorientación, aunque su discurso sigue siendo coherente.

La principal preocupación viene de que, al parecer, se propone repetir el ticket electoral con su actual vicepresidenta, Kamala Harris, una mujer de la que se desconoce todo —ideas y capacidades—, ya que se ha mantenido en un plano demasiado discreto, y cuya popularidad (40 %) es aún más baja que la del presidente (4 2%). La pregunta es inevitable: ¿estaría Harris en condiciones de dirigir el país —y el liderazgo mundial— en el caso de que tuviera que sustituir a Biden antes del fin de su mandato? Y aún hay otra más preocupante: ¿sería ella aceptada —en su caso— como presidenta por el pueblo estadounidense en las condiciones de polarización política actualmente existentes?

Lo más probable es que el rival de Biden sea de nuevo Donald Trump, que tampoco goza de mucha aceptación como candidato en el conjunto de la población (35 % frente a 60 %), y tiene solo cuatro años menos que él. Un hombre al que el Washington Post le calculó durante su mandato como presidente —es decir, en cuatro años— 30.000 mentiras, que está imputado por 34 cargos de falsedad en relación con el soborno a una prostituta con fondos de su campaña electoral, a quien se le ha abierto otro juicio civil por agresión sexual, y que se enfrentará seguramente antes de la elección a procedimientos más graves relacionados con la presencia en su residencia privada de documentos clasificados y —sobre todo— con su presión para falsificar los resultados electorales del 2020, e incluso con su responsabilidad en el asalto al Congreso del 6 de enero del 2021 para impedir la designación de su sucesor.

A pesar de todo ello, sus seguidores continúan apoyándole incondicionalmente en una demostración más de que actualmente los datos han sucumbido ante los relatos y las realidades han sido derrotadas por las emociones. A día de hoy, el 46 % de los votantes de las primarias republicanas prefieren a Trump como candidato, frente al 31 % que se decantan por Ron DeSantis, gobernador de Florida, su único rival con posibilidades, ultraconservador en asuntos sociales, pero que es personalmente intachable y ofrece una imagen institucional que podría servirle para disputar la presidencia a un desgastado y envejecido Biden.

La reelección de Trump podría ser desastrosa para EE.UU. y para el mundo, pero lo más probable es que pierda si los republicanos finalmente le presentan. Una cosa son los seguidores más fanáticos que le aclaman en sus mítines y pueden llevarle a ganar la nominación por su partido, y otra los americanos medios, para muchos de los cuales sus actitudes extravagantes y su ataque a las instituciones —incluida la judicatura y el FBI— exceden con mucho el margen aceptable en la imagen de la presidencia.

Lo cierto es que ninguna de las dos opciones parece ofrecer la estabilidad y solidez que necesita el liderazgo de la nación que sigue siendo hegemónica en el mundo, en estos tiempos de inciertos y convulsos cambios geopolíticos. En particular, Europa, que a raíz de la agresión rusa a Ucrania ha puesto de nuevo toda su confianza en Washington, puede sufrir en primera línea la posible debilidad política del gran aliado americano. Convendría empezar a pensar en nuestro propio futuro.