Un niño, el objeto más valioso

Manuel Fernández Blanco
Manuel Fernández Blanco LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

OPINIÓN

RALF+HIRSCHBERGER

05 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El niño, en las sociedades del llamado primer mundo, es cada vez un bien más escaso y más valorado. Curiosamente, como ha destacado la psicoanalista francesa Marie-Hélène Brousse, esto ha llevado a la promoción del niño como una forma eminente del objeto, siendo desplazado de su lugar tradicional de interés en el linaje y transmisión de los apellidos. Si el niño es un objeto de valor, entra en la lógica del mercado global. La globalización debemos entenderla aquí como uno de los nombres posibles de la ausencia de límites a lo que se puede comprar o vender.

Últimamente se escuchan voces que afirman que tener un hijo puede ser un deseo, pero no puede ser un derecho. No hay nada que objetar a esto, ya lo objeta por sí solo la marcha del mundo. Los avances científicos crean nuevas posibilidades y las nuevas posibilidades tienden a su irrefrenable conversión en derechos. Si la ciencia permite eliminar un imposible natural (normalmente para bien, aunque no siempre), el deseo de tener un hijo pasa a ser un derecho.

La concepción de la familia está cambiando. Ya no la determina la alianza matrimonial. Cada vez más, es el niño el que forma la familia, no los padres. La familia la determina el lugar del niño (por eso hablamos de familias monoparentales o reconstituidas, por ejemplo). El niño ya no nace en una familia, la constituye, obligando a sus ascendientes.

Por otra parte, algunas de las posibilidades que ofrecen las técnicas de reproducción asistida con donación de gametos, y la gestación subrogada, hacen ya vieja la expresión «uno nace de dos». O, al menos, eso podría parecer. En realidad todo parece cambiar, pero no cambia tanto.

La filiación siempre participó de lo ficcional. Esto es algo aclarado por Freud en su ensayo La novela familiar del neurótico, donde explica cómo la mayoría de los niños se imaginan, en algún momento, una filiación diferente a la que les otorgan sus padres. Esa filiación imaginaria responde, en realidad, a los atributos ideales, a la exaltación, de sus propios padres.

Lo más importante para un niño, en esto nada ha cambiado, es que nazca de un deseo que no sea anónimo. El deseo que importa es aquel que hizo posible su venida al mundo. Por eso, el origen que preside su nacimiento no se reduce a la biología. En el caso de donación de gametos o de gestación subrogada, el deseo de los padres de intención no está en segundo lugar, sino en el primero, especialmente para el niño, que no habría nacido si no existiese ese deseo. El deseo que lo convocó a este mundo.