Decadencias

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

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19 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

En Occidente, los acontecimientos relevantes se multiplican a una velocidad de vértigo, la pandemia, la guerra, la corrupción generalizada, las fuerzas constituyentes y centrífugas, la globalización económica, la abrupta caída de la natalidad, la inmigración, el derrumbe de la autoridad moral, la religión y las ideologías, el cambio acelerado de las estructuras familiares. ¿Estamos asistiendo a la decadencia de la civilización occidental?

El padre de la sociología universal, Ibn Jaldún (1332), en su colosal obra Los Prolegómenos, señaló que la evolución de las civilizaciones pasa por tres etapas, la llegada, el apogeo y la decadencia. Todo apunta que estamos en la tercera.

La supremacía occidental se construyó bajo la regla de las tres ces: cristianismo, comercio y colonización. Teniendo en cuenta las reflexiones del maestro tunecino, todo lo que la levantó está en decadencia: el cristianismo, en franca retirada, y el comercio decantado hacia la supremacía de las excolonias occidentales en el sudeste asiático.

La decadencia occidental se refleja en todos los ámbitos: demográfico, económico (el paro y la inflación) y social, con un aumento de las tensiones internas motivadas, por una parte, por una vigorosa inmigración, y, por otra, por el alto hedonismo y confort alcanzado que, en su delirio de sofisticación, acaba legislando para élites y minorías, debilitando a las mayorías productivas (lo que llaman la clase media trabajadora). Occidente se ha convertido en un lujo de ricos y un juguete de pijosprogres adolescentes. Un continente rico y viejo asediado por muchedumbres jóvenes y pobres que, como ocurrió a tantos imperios de la antigüedad, solo mantener en pie su exquisito bienestar le cuesta un esfuerzo colosal.

La gran cantidad de esclavos importados de las colonias en la Roma imperial provocó que no hubiera trabajo para los ciudadanos romanos, ya que la mayoría de empleos eran asumidos por ellos. Los ciudadanos acomodados apenas trabajaban y comenzaron a depender del dinero del Estado, provocando que Roma no recaudara lo suficiente para mantenerlos. Así comenzó su ruina y la decadencia. Y mientras el imperio colapsaba, los gobernantes tocaban la lira, comían lenguas de colibrí vegano, nombraban cónsul a su caballo, construían palacios pornográficos donde albergar todo tipo propuestas sexuales. Todas estas historias no pasaron a la posteridad porque los romanos pensaran que nos gustaría leerlas, sino porque a ellos mismos también les apasionaban. Todo apunta a que los decadentes romanos —aún sin Telecinco— sentían una profunda fascinación por descubrir los vicios secretos de su prójimo.

No es no, y no podremos matar a una rata, ni tener un perro sin tasa, ni evitar que un adolescente decida irreversiblemente ser lo que aún no sabe que es.

Cuando el diablo acomodado se aburre, mata moscas con el rabo. Y empieza la decadencia.