La «alumna ilustre» de mi facultad

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

Alejandro Martínez Vélez | EUROPAPRESS

26 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Isabel Díaz Ayuso ha sido nombrada, en medio de una fenomenal polémica, «alumna ilustre» de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, donde cursó sus estudios. Las crónicas relatan la accidentada recepción del diploma acreditativo. Las protestas de unos y los vítores de otros en un campus escindido. El enorme despliegue policial para garantizar la seguridad: veinte furgones de la Policía Nacional y un helicóptero que sobrevuela el perímetro. Las agallas de la «orgullosa complutense» Elisa Lozano Triviño, el mejor expediente de la última promoción de periodistas, que calificó de «día de luto» la entrega del galardón. La condición inédita de la distinción: nunca había sido otorgado tal honor a un político en activo. Detalles que, en vez de facilitarme el análisis, abren rendijas a la nostalgia —tal vez solo añoranza del tiempo ido— y me inducen a incumplir un precepto básico de la profesión: informa u opina, pero no nos cuentes tu mili. Porque yo, junto con un ramillete de hoy veteranos periodistas gallegos —Paco y Suso, Luis y Rogelio, Daniel y Manolo...—, estábamos allí antes de que Ayuso naciese. Formábamos parte, en aquel centro recién estrenado, de la segunda promoción de periodistas con título universitario.

Años de agitación estudiantil en el tardofranquismo. La Facultad de Ciencias de la Información era un promiscuo nido de rojos y un batiburrillo de siglas. FRAP y ORT, LCR y MCE, estalinistas, maoístas y trotskistas. Los revisionistas del PCE, «Policía para qué / ya tenemos al Pecé», constituían el ingrediente más suave del cóctel. Casi medio siglo después, leo que los pretorianos de la «alumna ilustre» han usurpado y deturpado nuestra vieja consigna de cohesión: «¡Un bote, dos botes, comunista el que no vote!». Originalmente, al menos en mi frágil memoria, el lema era «¡Al bote, al bote, Fraga el que no bote!». Y unos 50.000 estudiantes, participantes en el Festival de los Pueblos Ibéricos, dábamos brincos como posesos para marcar distancia sideral con el ministro de la Gobernación.

A Franco, primer carné de periodista de España, la vida y la nueva facultad se le estaban yendo de sus manos flebíticas. Los grises, que cargaban a caballo batiente o salían de sus lecheras a repartir leches, no daban abasto. El plantel de profesores, encabezados por el decano Muñoz Alonso, camisa vieja de Falange, había sido cuidadosamente espigado para su misión de control. Desde el rumano Vintila Horia hasta el censor Juan Beneyto, exaltador del Tercer Reich. Pero pronto comenzaron a soplar aires frescos en la caverna: voces como la de Ángel Benito, que te descubrían a MacLuhan, invitaban al poeta José Hierro a las aulas o te animaban a entrevistar a demócratas en ciernes. La dictadura se ablandaba y nos readmitía en la facultad a pocos meses de habernos expulsado. Incluso la Brigada Político Social atenuaba la represión y su espía infiltrado, un gallego que nos tenía perfectamente calados, se permitía tomar a chacota el panfleto que abogaba por una «Galicia ceibe e socialista»: «Na miña terra, paisanos, só se ceiban as vacas».