Las dos almas de Ciudadanos

María Pereira López PROFESORA DE CIENCIA POLÍTICA Y DE LA ADMINISTRACIÓN EN LA USC. MIEMBRO DEL EQUIPO DE INVESTIGACIONES POLÍTICAS DE LA USC

OPINIÓN

15 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace años que los partidos dejaron de ser ideológicamente homogéneos, o, dicho de otra forma, el llamado fin de las ideologías no fue más que la sustitución de la agregación ideológica de los intereses por la jerarquía de las preferencias. Ya no compartimos los mismos dogmas cuando votamos al mismo partido; ordenamos nuestras preferencias y en función de esa jerarquía votamos al que percibimos próximo a ese orden.

Por eso hablamos de las diversas almas de un partido, en referencia a los diversos modelos de ordenación de preferencias, sensibilidades decimos, que conviven en una organización. Pues bien, Ciudadanos tiene, al menos, dos almas: una que nace desde una lógica liberal de centro y otra que dio respuesta, en su día, a la creciente demanda del conflicto catalán que el bipartidismo no era capaz de afrontar.

El alma liberal se alimentó de la crisis de corrupción del PP, e incorporó a votantes centrados que no querían apoyar a un partido inmerso en la corrupción, y a los cuales les satisfacía esa lógica liberal laica de nueva modernidad, que se aproxima ideológicamente a la socialdemocracia pero no se acuña de socialista; ahí había un espacio.

El alma antinacionalista/independentista, a la que se sumaron votantes que estaban en la derecha del PP, da respuesta a sectores que entendían que los derechos de los catalanes no nacionalistas estaban en entredicho porque tanto el PP como el PSOE necesitaban del nacionalismo catalán para gobernar España.

El éxito de estos dos espacios electorales, especialmente el anti catalanista, fue tan importante que Rivera llegó a pensar en desbancar al PP, pero la salida a la crisis del PP no fueron unas elecciones, sino la moción de censura de Pedro Sánchez. Y ahí surge el principio del fin para Ciudadanos. En vez de buscar el espacio de partido bisagra, enrabietado con un Sánchez que le había robado su momento de gloria, Rivera intenta ocupar el espacio del PP desde una lógica que mezcla nacionalismo español y anticatalanismo como motores de su estrategia.

Este abandono progresivo del espacio de centro liberal y laico deja ideológicamente huérfano el pacto de gobierno con el PSOE en Andalucía o le lleva a no intentar con Arrimadas la investidura en Cataluña, las dos comunidades electoralmente más exitosas; pero, además, lo convierte en un partido rancio, con tintes de extrema derecha, y estéticamente incompatible con ese grupo de chicos y chicas, jóvenes y modernos, proabortistas y favorables a la maternidad subrogada. El nacionalismo español no es liberal.

El problema de Ciudadanos es que, una vez que se convirtió en el principal generador de argumentos de extrema derecha en España, vio cómo en ese espacio nacía un actor con políticas, ética y estética de extrema derecha. Y en ese momento se quedó sin salida, ni uniéndose al PP ni en solitario; porque ni el PP necesita otra corriente interna en su ya compleja convivencia, ni Ciudadanos tiene espacio electoral propio. Solo queda la incorporación puntual de algunas élites al PP y la gestión de un largo invierno orgánico, tal vez eterno, fruto de una estrategia errática y de no comprender el funcionamiento del sistema. Lo que pudo ser y no fue.