Mbappé

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

BERNADETT SZABO | REUTERS

18 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hubo un día de mayo en el que a Mbappé se le ocurrió soltar en una entrevista una frase rumbosa sobre la geopolítica del balón: «En Sudamérica, el fútbol no está tan avanzado como en Europa». Esas palabras que, más o menos afortunadas, parecía que habían quedado en el cajón de la trascendencia, han resucitado oportunamente ahora que Francia se enfrenta a Argentina en la final de Qatar 2022. Sin quererlo, Kylian se ha convertido en el chico de la gasolina. Es como si aquel guante lanzado en primavera se perdiera en el cielo y bajara de repente en diciembre para golpear la cara de Messi, ese señor al que ni sus años en Barcelona ni su condición de ídolo culé han logrado borrar su acento. Y el propio devenir del Mundial cuestiona la reflexión, al menos en parte. Porque un equipo sudamericano alcanzó la final y porque Marruecos, selección de un continente al que seguramente el astro del PSG baja a un tercer o cuarto peldaño, ha ido dejando por el camino exquisitos cadáveres europeos. El fútbol es un deporte aficionado a contradecir la lógica y los pronósticos, sobre todo en choques de muerte súbita. Es probable que Mbappé piense ahora en lo acontecido antes, durante y después del partido entre Argentina y los Países Bajos. En cómo los jugadores convirtieron el enfrentamiento en la madre de todas las batallas de las cuentas pendientes. O no, que diría Mariano. Porque el francés tiene esa cosa de Neymar, esa sonrisa condescendiente. Es una fuerza de la naturaleza. Pero, hasta la final, Messi y Griezmann han sido mejores que él. Es cierto que ellos no están en guerra con las marcas de cerveza, pollo frito y refrescos azucarados. Pero no le escuecen otras cosas. Como la camiseta de Catar. O el nombre de la FIFA que luce el trofeo.