Raposerías

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

BENITO ORDOÑEZ

03 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Viene viento gélido de Siberia, dicen. A ver si enfría un poco los ánimos, que están alcanzando temperaturas volcánicas en las inmediaciones de la Carrera de San Jerónimo. Hierven a borbotones. No se han decatado sus señorías de que los rencores minan la dicha y de que el odio nunca solucionó ningún problema, además de ser poco saludable. Claro que ahí nos topamos con la condición humana, difícil de torcer como el zorro de una vieja historia de pueblo. No es una fábula de Esopo, pero bien podría serlo. Un labrador que iba por el monte halló un día una cría de raposo. Supuestamente, su madre había caído en el punto de mira de algún cazador. El hombre se llevó el cachorro para casa y lo fue criando y domesticando como si fuese un perro. Atendía por Pedro, que se fue acostumbrando a las bondades de la civilización e iba haciendo vida de can. A veces, acompañaba a su rescatador en sus idas y venidas como haría un chucho cualquiera. Sin embargo, apuntaba maneras de pillo y de vago. En ocasiones, para no tomarse el trabajo de escoltar a su criador, le mordía suavemente en los tobillos. El labriego se enfadaba con él y así Pedro tenía una disculpa para esfumarse e ir a guarecerse y a holgazanear a sus aposentos. Con el tiempo y a medida que se iba haciendo mayor, estos comportamientos se repetían y se hacían más frecuentes. Hasta que, un día, al regresar el agricultor a casa contempló con desesperación lo que ya se podía haber imaginado, pero no quería creer: una tragedia en el gallinero, un espectáculo de muerte y sangre. Y del zorro, nunca más tuvo noticias. Lo malo, como en el caso de Pedro, es que hay gente que aunque quiera aparentar bondad es incapaz de esconder el fin de sus propósitos torticeros.