Fue la mano de Dios

Xose Carlos Caneiro
xosé carlos caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

Ricardo Rubio | EUROPAPRESS

28 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Los genios existen. Y a uno solo le queda el placer de poder leerlos, contemplarlos, escucharlos. No creo que todo lo que acontece alrededor de una obra artística suceda por azar. Más bien al contrario. La contingencia poco tiene que ver con las obras perdurables. 

Me pasa con Sorrentino. Veo de nuevo Fue la mano de Dios y sé que estoy ante una película inolvidable. Perdurable. Esas que formarán parte del arte permanente: los clásicos. Pero no les voy a hablar de Sorrentino ni de la película. Véanla si aún no la han visto. Además, en medio del Mundial, soñar a Maradona (la mano de Dios) es pertinente. Hoy reflexiono sobre la cultura española y el resto de culturas latinas, por lo menos aquellas que nos quedan más próximas y podemos juzgar. Aquí la cultura debe llevar documento nacional de identidad. Perteneces al orbe progresista o no perteneces a ninguna parte. Resulta curioso. Aquí, una película como la que titula esta columna, sería políticamente incorrecta. Habla de la familia. También de Dios. Aunque Dios se mude a la piel de Diego Armando Maradona. El protagonista nos cuenta su vida y la importancia que tuvo en ella la familia. Una familia normal. ¿Conocen ustedes una familia normal en las películas de Pedro Almodóvar? Es un simple ejemplo y no trato de enjuiciar el talento del manchego. Lo tiene. Sin embargo, su perspectiva ideológica es tan insistente que, a lo largo de los años, su talento se ha visto sumido al servicio de una causa: política y doctrinaria, y dogmática.

En Galicia sucede lo mismo. Durante años, y semanalmente, leía tres o cuatro libros para redactar unas líneas (casi siempre encomiásticas) sobre ellos. Ahora solo leo los libros que algunos conocidos, de sólido criterio, me recomiendan.

La literatura, como el resto de las artes, aquí se ha pintado con el color de la ideología. Salvo escasas excepciones, entre las que se cuenta la espléndida obra de nuestro desaparecido Domingo Villar, la literatura gallega se ha convertido en un páramo en que lo que importa es el contenido y para nada la forma. Esta vez, sin hacer caso a las recomendaciones, me adentré en una novela que ha ganado un premio principal. Dije, será una buena novela. El jurado la premió por unanimidad. Abrí sus páginas. Leí hasta la mitad, más o menos. Y volví a leer hasta la mitad. Sentí vergüenza. Vergüenza ajena. Me preguntaba cómo el nombre de personas a las que suponemos criterio literario han podido juzgar tan mal. Tan equivocados. Se trataba de una novela políticamente correcta. Cierto. Pero tan mal escrita que a cualquier persona con el mínimo común denominador literario le parecería pésima.

¿Y a qué viene todo esto? A que ya todo da igual en este mundo cultural y artístico que se nos ha venido encima. Ni la mano de Dios, la de Sorrentino, podrá tapar tanta incultura.