El Rey, en casa

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Pilar Canicoba

07 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay días que un periodista tiene que anotar en su agenda íntima con letras de oro. Uno de ellos fue el de ayer y fue vivido en un lugar tan entrañable y tan simbólico como la sede de La Voz de Galicia, al lado de la vieja rotativa, entre compañeros de mil batallas, ante la representación de la Galicia civil y con la presencia del Rey de España. Se trataba de muchas acciones al mismo tiempo: de premiar a un mito llamado Francisco Ríos; de entregar a Santiago Rey una de las mayores condecoraciones que otorga el Reino de España, de cerrar las celebraciones del 140 aniversario de este periódico… Con razón su editor, Santiago Rey Fernández-Latorre, podía decir nada más comenzar su discurso: «No puede haber para mí momento más feliz y más cargado de emociones que este».

Voy a apropiarme de tus palabras, querido editor-presidente: no podía haber para un periodista, y más para un periodista de La Voz, un momento más cargado de emociones. Es que en esta tu Casa, en esta nuestra Casa, se estaba haciendo historia y escribiendo la historia. Mira: para que el Rey de España conceda la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, hay que haber acumulado muchos méritos; tantos méritos que no caben en un currículo ni en un libro biográfico. Hay que haber acumulado sesenta años de servicio, que son algo menos de la mitad de los 140 de existencia del diario. Hay que haber sabido crear y hacer crecer un medio informativo creíble, sólido, capaz de sobrevivir en un país que devora creaciones, famas y vidas. Hay que haber sabido sortear censuras y presiones, tantas veces con el aliento del poder político en la nuca. Hay que haber sabido superar crisis económicas que, puestas a asfixiar, asfixiaron incluso un tesoro llamado libertad. Y hay que haber amado mucho el oficio de informar y de crear opinión pública, pero desde la independencia y la lealtad al lector.

Todo eso es reconocido cada día por los lectores y Felipe VI quiso venir aquí, a esta Casa, a reconocerlo también, como si fuese un lector más, y me consta que lo es. Hace falta mucho afecto por parte del Jefe del Estado para querer estar presente —creo que fue la tercera vez— en la entrega de un Premio llamado Fernández Latorre. Y hace falta mucha admiración a Santiago Rey para coger un avión y acercarse a Arteixo en un día singularmente señalado. Pero quiero decir algo más: cada día me suscitan un mayor interés los discursos de su majestad sobre la información y el papel de los medios informativos en estos momentos, que son momentos de control, de fake news tantas veces fabricadas por los estados, y son momentos que hemos definido como de posverdad, donde tan difícil resulta distinguir los hechos de las manipulaciones, y eso destruye gobiernos, destroza principios y deteriora la convivencia.

Felipe VI constituye la gozosa excepción de hombre público, con máximas responsabilidades de Estado que, en vez de frenar la libertad, la amplía. Quiero recoger expresa y textualmente dos frases del mensaje que ayer dejó en La Voz de Galicia. El primero dice: «El ejercicio de un periodismo libre es esencial para asegurar la salud democrática de una sociedad y para afianzar las instituciones, que a su vez garantizan y amparan nuestra cohesión y nuestra libertad». El segundo propugna: «En tiempos inciertos como los nuestros, necesitamos de manera especial personas y medios con capacidad de interpretar y discernir las peculiaridades del mundo en que vivimos; que asuman con responsabilidad se papel de fomentar el debate público, de buscar la verdad (…) en una labor que robustece nuestra calidad democrática y que beneficia cada día a toda la sociedad».

Palabras de Rey. Y no son palabras de protocolo. Son pensamientos que Felipe VI repite en cada reunión con medios informativos y que ahora dijo en la sede de La Voz de Galicia. ¡Qué diferencia, señor, con lo que tenemos que escuchar tantas veces, con lo que tenemos que sufrir en forma de presiones, de chantajes, de intentos de ocupación partidista y de negación del sagrado derecho social a la información y a la discrepancia!

Vivimos «tiempos inciertos», dijo el buen Rey Felipe. Supongo que, al escucharlo, Santiago Rey habrá dicho para sí mismo «¿y cuáles no, señor?» ¿Cuántos «tiempos ciertos» hubo en la biografía de un periódico que contó la vida y las guerras y las penurias, también los gozos, de 140 años? Seguramente pocos; pero en medio de los vertiginosos cambios que vivió la humanidad en el último siglo y medio, la función informativa tenía la certeza de la verdad, y ahora vivimos en la incerteza de la posverdad. Por eso escuchar a un Rey que anima a un ejercicio del periodismo que robustezca la calidad democrática es un enorme estímulo. Es como encomendarnos la altísima función de cooperar en la patriótica tarea de salvar las instituciones que otros están deteriorando. Es como establecer una alianza de la Corona con los intérpretes de la sociedad. Es como decirnos a nosotros los periodistas: «Si vosotros queréis, no triunfará la posverdad». Lo tomo como una orden, majestad.