El filósofo Javier Echeverría distinguió hace años tres tipos de entornos de la vida humana: el natural, el urbano y el virtual.
Mayoritariamente vivimos en los dos últimos.
Este dato condiciona muchos de los cambios en todos los aspectos de la vida, tanto el económico como el psicológico, el modo de enfermar o las relaciones interpersonales.
Algunos fundamentos que sustentaban la vida en el entorno natural eran la sincronía con los ritmos biológicos, la autosuficiencia alimentaria, el trabajo físico, los pocos días festivos, las habilidades manuales y un profundo conocimiento del medio en el que se vive.
En los otros entornos, las viviendas y los hijos se redujeron, el trabajo se hizo precario y mudable, el entretenimiento, permanente, el esfuerzo físico, en gimnasios y el acceso al conocimiento, universal.
Cambiando de entorno hemos ganado y hemos perdido mucho.
Hemos ganado en confortabilidad, seguridad, años de vida, tiempo de ocio y desarrollo tecnológico. Pero resulta que el primer entorno, el natural, sigue siendo imprescindible para la vida en el resto. La escasez sufrida durante la pandemia demostró hasta qué punto dependemos de el.
Fuera del entorno natural, hay niños que nunca han visto una gallina, a no ser en una barqueta o colgada de un gancho carnicero, ni ordeñar una cabra, ni esquilar una oveja, ni parir a una vaca o recoger cosas de la huerta que estén sin embalar.
Jamás han visto un panal en vivo, ni un zorro, ni distinguen las aves, ni cómo se hace el queso o se construye un gallinero.
Si, ya que en el buen funcionamiento del entorno natural nos va la vida, parece aconsejable promocionar su habitabilidad y hacer del campo algo apetecible y rentable para muchos jóvenes.
Pero no ocurre así, la mayoría de la juventud urbana y virtual desconoce, no sabe ni tiene el más mínimo interés en vivir en el campo.
Un regreso significativo de los jóvenes al entorno natural corregiría muchos de los errores que nos han llevado a una vía equivocada en la que la competitividad, la velocidad, las no cosas y el entretenimiento continuo nos enajena.
En el entorno natural se desea lo que se necesita, en los otros, se necesita lo que se desea. Un deseo insaciable que entorpece el camino a la felicidad.
Hoy contamos con la ventaja de que se ha inaugurado (también gracias a la pandemia) un cuarto entorno que llamo cibernatural, en el que es posible, a la vez, ordeñar una oveja, teletrabajar, acceder a todo el conocimiento y comunicarse con el resto del planeta.
¿Qué porque les suelto esta homilía? Porque me tropecé en YouTube con Nazaret Martín, una joven de la sierra de Gata, en Cáceres, con cien mil seguidores en su canal, fiel ejemplo de lo dicho. Una joven limpia, de ojos panda, lista y de un sentido común apabullante.
Échenle un vistazo, lo entenderán.