Boris Johnson

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

UK PARLIAMENT / ANDY BAILEY | REUTERS

16 jul 2022 . Actualizado a las 13:55 h.

Una de estas noches asfixiantes me vino a la memoria de forma recurrente la historia de José María. Sucedió un día de fiesta de gran solemnidad de la postguerra. La iglesia estaba abarrotada, con gente que estrenaba sus ropas posibles en tiempos de carencias. Estaban los oficiantes a lo suyo, con sus cánticos, de espaldas al público, cuando, de pronto, un niño inquieto, José María, metió la cabeza entre los barrotes de la tribuna del templo. Intentó él, calladamente, salir de aquella trampa, pero no era capaz de liberarse. Al verse prisionero, el chaval se puso a balbucear y a moverse incómodo. Su padre, ya medio rojo de vergüenza, intentó acallarlo y tiró de él para sacarlo del aprieto, pero no había manera. Ya se iban enterando los demás fieles de la situación. Unos hacían ademán de ayudar, pero otros comentaban por lo bajo la situación o alertaban al vecino con el consiguiente codazo. El pequeño hacía cada vez más ruido, hasta que pasó a patalear y a gritar. El pobre coceaba y chillaba. A unos les daba lástima, pero a la mayoría se le dio por reírse a carcajada limpia. A algunos hasta se les caían las lágrimas y a los más orondos les vibraba el vientre por la algaraza. El oficiante, iracundo, pedía insistentemente compostura. Imposible. Los que lograban controlar la carcajada, al poco la arrancaban de nuevo. Fue alguien por una sierra para tronzar el barrote y liberar al niño. Al conseguirlo, el oficio continuó, pero, aun así, saltaban estallidos de risa, pese al esfuerzo de reprimirlos. Incluso en la procesión posterior, se generaban nuevas recaídas en la hilaridad ante el gesto censor del clérigo, que miraba a un lado y al otro para exigir decoro.

No sé bien porque al acordarme de José María lo asocio de forma inconsciente con Boris Johnson.