Gilead

Tamara Montero
Tamara Montero CUATRO VERDADES

OPINIÓN

Activistas vestidas como en la serie «El cuento de la criada» se manifiestan para oponerse a la nominación de Amy Coney Barrett
Activistas vestidas como en la serie «El cuento de la criada» se manifiestan para oponerse a la nominación de Amy Coney Barrett KEN CEDENO | Reuters

27 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

De pronto, llega la orden: el trabajo está prohibido a las mujeres, que deben irse a sus casas. Es, quizá, la escena más atroz de cuatro temporadas implacables de El cuento de la criada. Allí no hay uniformes ni gobiernos distópicos. No hay supermercados con reminiscencias hospitalarias ni un estricto orden social. No se han dividido aún en azul, rojo y gris, pero es en ese momento cuando se derrumba la libertad. Su libertad. Nuestra libertad.

Es ahí, en ese justo instante, cuando germina Gilead. La normalidad, la verosimilitud, la cercanía es aterradora. Mucho más que las escenas salpicadas de violencia. Porque entre las caras de confusión de docenas de mujeres despojadas de un derecho que parecía incontestable surge el eco de una frase: «No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida».

La advertencia de Simone de Beauvoir retumba estos días, rebotando contra las paredes del Tribunal Supremo de los Estados Unidos. Y no es difícil imaginarse al otro lado de esos muros la mirada penetrante de una June previa a la distopía escarlata. Furiosa, desubicada, asiendo una percha de alambre y una pancarta: Nolite te Bastardes Carborundorum. Vigilantes. Toda nuestra vida.