Tony Leblanc

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

TELEMADRID | EUROPAPRESS

09 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Dice mi Mac que ayer se cumplieron cien años del nacimiento de Tony Leblanc, y leer eso es como sentir un tirón de las piernas hacia abajo, hacia una época que por ser tan distinta —los lugares, la gente que los habita, su forma de vida— no parece ya que hubiera ocurrido realmente. Parece que recordamos un sueño o una película. A Tony Leblanc, junto al gran Casen, al pelirrojo Fernán Gómez, a José Luis Ozores... Las películas de antes eran películas realistas, lo que pasaba nos podía pasar a nosotros, ellos éramos nosotros: El tigre de Chamberí, Plácido, Los tramposos, El pisito. Tony Leblanc fue después Cristobalito Gazmoño, un personaje que nos tenía —a niños y mayores- encandilados y tronchados de risa. Pero aquello quedó arrasado con la democracia, que, como un camión de la basura, se llevó todo por delante, sin separar de lo orgánico el vidrio y el papel.

La España de Franco era un país con veinticinco millones de personas que lloraban y se reían, que escuchaban radionovelas y leían a Corín Tellado, el periódico de crímenes El Caso; los jóvenes a Martín Vigil, y los mayores a José María Gironella. Y, en la calle, los hombres silbaban y las mujeres, sobre todo si frotaban algo —el cristal de una ventana con un trapo— cantaban canciones de Antonio Molina.

Cuando llegó la democracia, veinticinco millones de españoles que tenían a Franco metido en sus propias vidas, aprendieron a olvidar esas vidas de antes. Pero no hubo nadie que consiguiera sacar de su memoria a Tony Leblanc.