Cuando el próximo 17 de mayo Alfonso Rueda Valenzuela amanezca en ese día festivo en Galicia, se preparará para su primer Día das Letras Galegas como presidente de la Xunta. Será el primer gran evento institucional del octavo jefe de Gobierno gallego desde que se recuperó la democracia. Habrán pasado exactamente dos meses desde que Alberto Núñez Feijoo, su predecesor, dijera aquello de que «en unas semanas» abandonaría su cargo en Galicia para centrarse solo en el PP, y que su relevo sería previsible. Todo apuntaba al mismo lugar.
Al final, habrán pasado unas cuantas largas semanas más de espera cuando de esta película conocíamos el final desde hace tiempo. Sobre todo porque fue el propio Feijoo quien sugirió que no esperáramos sorpresas, también para generar el menor ruido posible. Pero la suya ha sido una marcha por fascículos: la petición para que asuma el PP, la reunión de los barones, el anuncio del congreso, el anuncio de la candidatura, el anuncio de los avales, el anuncio de que se iría en semanas, en días, en horas... Y así hasta que el fin de semana del 14 de mayo Alfonso Rueda se haga la foto como nuevo presidente del Gobierno gallego.
Todo por esa cuestión estricta de los tiempos y los procedimientos oficiales que terminan estrangulando el sentido común. Ese que sí se aplica en países tan poco sospechosos de saltarse el reglamento —Francia, viniendo al caso— donde al presidente se le vota un día y tras el recuento ejerce ya la misma jornada siguiente. Sin parones. Aquí se pasa por las urnas y quizá dos meses después haya alguien en su puesto de mando.
La Xunta de Galicia está en funciones desde hace unos días. A medio gas. Y así seguirá hasta mediados de este mayo, por esas cosas del procedimiento y el protocolo, cosas muy poco prácticas en medio de una guerra, una inédita subida de precios, una grieta institucional en la Moncloa y un maldito virus que sigue por ahí.