Alain va a morir

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

cedido

06 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Poco antes de comunicar al mundo que morirá en una fecha precisa establecida en un proceso administrativo de eutanasia, Alain Delon se había confesado: «Envejecer apesta». En esa confidencia del bellísimo Rocco residía ya la esencia de su determinación, una valentía adulta infrecuente en este presente continuo blandito en el que se aborda la vejez con diminutivos. A Delon la vejez le apesta, le apesta la enfermedad, la dependencia y las ausencias, la de su amigo Belmondo, muerto en septiembre e inductor de otra confesión tan enjuta como la primera: «Voy a intentar aguantar para no hacer lo mismo en cinco horas».

Resuelta la incertidumbre con la que casi todos vivimos sobre la hora exacta de nuestra muerte y la de los que amamos, ese enigma que le da carácter y gasolina a la vida a la vez que la convierte en irrelevante por el absurdo pacto de inmortalidad que nos hacemos, el actor ha entrado en una extraña fase de precadáver en la que se complica determinar qué tiempos verbales le competen. Ponerle fecha a tu desaparición es un asunto tan gordo que a Fernando Aramburu le ha inspirado toda una novela, su última Los vencejos. Si todos naciésemos con nuestro final programado, la tesitura de la existencia sería otra. Ante asuntos tan mayores, resulta extraño lo poco que hemos hablado de la legalización de la eutanasia en España, si no ha sido para evitar que la intendencia católica que nos impregna se excite más de la cuenta. Desde el 25 de junio del año pasado cualquiera puede elegir el camino de Delon, un ejercicio de madurez colectiva que zanja los atajos terapéuticos y las complicidades de facto con los que se ayudó a morir a tanta gente antes de la aprobación de la ley. Porque muchas veces la vejez y la enfermedad apestan de una forma intolerable.