Hybris, nada nuevo bajo el sol

Rafael Arriaza DIRECTOR DEL INSTITUTO MÉDICO ARRIAZA Y ASOCIADOS

OPINIÓN

Contacto / Mikhail Kl

18 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Como recordatorio de que, en lo tocante al comportamiento, las motivaciones y lo estúpidos que podemos llegar a ser los humanos, es cierto aquello de que no hay nada nuevo bajo el sol, ya los antiguos griegos dieron nombre a un comportamiento patológico de algunos líderes o héroes a los que el poder o la fama se les subía a la cabeza y actuaban como tiranos o incluso pretendían equipararse a los dioses. Como entre aquellos griegos había tipos muy listos -baste decir que Aristóteles, Platón o Herodoto hablan de este problema-, para que todo el mundo entendiese que aquello no podía acabar bien y tratando de disuadir a sus conciudadanos de tomar esas actitudes, plasmaron ejemplos diversos en sus obras de teatro. En ellas, los protagonistas logran hazañas impresionantes hasta que, contagiados de ese efecto, de ese engreimiento, que llamaron hybris, eran castigados por los dioses con los tormentos más horribles. Ellos decían que encontraban su némesis, que los destruía. Némesis era la diosa griega de la justicia, el equilibrio y la mesura, que desgraciadamente debe estar de vacaciones desde hace un tiempo.

Este comportamiento, conocido desde la antigüedad, pero que puede acabar representando una verdadera patología, se conoce hoy como síndrome hybris (o, en los textos anglosajones, hubris). Estoy seguro de que mi ilustre colega y vecino de sección, el doctor Ferrer i Balsebre, podrá arrojar mucha más luz que yo sobre este asunto, pero resultan fascinantes y preocupantes los artículos científicos que, en el año 2008, David Owen, un neurólogo británico, publicó analizando comportamientos patológicos en los jefes de gobierno británicos y estadounidenses de los últimos cien años. El resultado pone los pelos de punta, pero, como resumen, puede decirse que, una vez alcanzado el poder, el exceso de confianza en sí mismo lleva al líder a interpretar equivocadamente la realidad que lo rodea y a cometer errores. Errores que, por supuesto, pagamos todos, que no ellos. Además, aparece la patulea de incondicionales que nunca los contradicen y que aplauden incluso sus meteduras de pata, por adulación o por miedo, y así les impiden ver la realidad. Esa situación hace que el problema sea incurable: el muro de cortesanos y pelotas impide que las voces críticas lleguen hasta el gobernante, que se va reafirmando cada vez más en su engreimiento. A estas alturas, seguro que cada uno de los lectores puede hacer una lista con nombres —el síndrome no afecta solo a líderes lejanos— que se ajustan a este perfil, y componer una quiniela que se ajustaría bastante a los titulares de las páginas de información política de la prensa de cualquier día.

Dice Owen que los políticos víctimas del hybris tienen una propensión narcisista a ver solo su realidad, y que la utilizan como un terreno en el que pueden ejercer el poder y buscar la gloria. Se sienten responsables de una misión histórica, que los pone por encima de la ética que rige para la gente común, pero no para ellos, que encarnan la historia. Por desgracia, la realidad no es una obra de teatro ni una ficción virtual, y, aunque el final suele ser el que ya auguraban los autores griegos, el camino queda muchas veces jalonado de cadáveres, pobreza o bloqueos al desarrollo de pueblos y países. Uno de los biógrafos de Hitler, Ian Kershaw, tituló el primer volumen (1889-1936), como Hubris, y el segundo (1936-1945), como Némesis. Parece indudable que ya asistimos a la fase hybris de Putin, y ojalá que su némesis esté ya entrando en escena, dispuesta a bajar el telón.