Y qué. Y qué si de repente no recuerdo cuándo es el cumpleaños de gente con la que hace años que no hablo. Y qué si el único filtro que vuelven a tener las fotografías es el dedazo que sobrevuela la esquina superior derecha en la única imagen decente de una serie de 30. Y qué si no sé lo que comen mis compañeros de trabajo y dejo de leer que van a cambiar las condiciones sin avisar y entonces todas las publicaciones (consejo: a veces la etimología es importante) pasan a ser públicas (ojo: etimología) si no etiquetas a diez amigos.
Y qué. Y qué si ya no hay gente que me dice que tengo que comer aquí, y vestirme así, e irme de vacaciones allí. Y qué si me pierdo sorteos únicos de cosas que no necesito rápido nombra a dos amigos, sigue la cuenta y haz el pinopuente antes de esta medianoche. Y qué si por fin la gente que puede que conozcas es ese tío del bar que te suena, pero de qué lo conozco, pues no es del trabajo, a lo mejor es de la panadería. Y qué si empiezo a perderme el último rescate al filo de lo imposible de ese perrito adorable abandonado en la autopista en Kazajistán o la barbaridad intolerable que hace este gato cruel (bueno, quizá esto sí que me produzca un qué en las entrañas).
Meta amenaza con cerrar Facebook e Instagram si no pueden trasladar datos a Estados Unidos (con una protección más laxa) y da marcha atrás porque Europa le ha espetado la mejor respuesta: y qué.