Una Constitución viva y amenazada

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

Eduardo Parra

07 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Un día, hace casi 25 años, hablaba yo con Jordi Pujol y le pregunté por qué un nacionalista como él era un gran defensor de la Constitución española. Tomó una servilleta, sacó un bolígrafo de su americana, dibujó unas pequeñas rayas verticales a cada lado del papel y trazó una línea recta para unirlas. «La Constitución de 1978 es todo esto», me dijo, recorriendo esa horizontal. «Cualquier punto de esta línea está dentro de la Constitución. Pero estamos aquí, —me indico, apuntando a un lugar situado en el primer cuarto desde la izquierda de esa raya— y nosotros querríamos estar aquí», concluyó, marcando un punto cercano al extremo de la derecha. La clave, sostuvo, es que esta Constitución tiene cauces para desarrollarse hasta situarnos en un lugar dentro de este recorrido en el que, sin que nadie esté plenamente satisfecho, todos podamos estar cómodos y convivir democráticamente.

Pujol —ahora lo sabemos— se dedicaba en realidad a saquear Cataluña. Y ya no defiende aquello que me explicó. Pero, hasta hoy, no he escuchado una descripción mejor de lo que es la Constitución del 78. Un marco amplísimo de derechos y libertades —quizá el más extenso de Europa— dinámico y capaz de ser desarrollado para dar cabida a cualquier aspiración democrática sin necesidad no ya de derogarlo, sino siquiera de reformarlo. Su único y necesario límite es, remedando a Sartre, que la libertad y los derechos de cada uno terminan donde empiezan los de los demás.

La España de hoy tiene muy poco que ver con la de 1978. Pero ese extraordinario avance en lo social, en lo legal, en lo económico y en lo cultural se ha producido gracias a una Constitución que ha generado el mayor período de paz, libertad y prosperidad de la historia de España. Crecimos como país y como sociedad progresando a través de esa senda constitucional como quien va descorriendo cortinas de una casa para alumbrar sucesivas estancias. Y ello se ha logrado porque en todo este tiempo ha sido posible actualizar el marco legal común a todos los españoles en función de lo que respalde la mayoría, aunque moviéndonos siempre dentro de los límites de un mapa democrático, que es la Constitución.

Pero, 43 años después, ese admirable plano elástico en el que caben todos y en el que todo es defendible, desde la independencia a la supresión del Estado autonómico pasando por la reivindicación de la república, con la única premisa de utilizar para ello las vías legales y democráticas establecidas, está amenazado por aquellos que quieren destruir el mapa sencillamente porque ellos no quieren encontrarse en algún punto con el otro, sino imponer un trágala bajo amenaza de ruptura. La paradoja es que el Gobierno de España está sostenido hoy por los votos de aquellos que quieren romper ese fructífero marco de convivencia entre los españoles. Y sería un error trágico que, para complacer a esa minoría egoísta e irresponsable a la que un Ejecutivo débil necesita en un momento coyuntural, se acabara poniendo en riesgo para siempre la mejor obra democrática de nuestra historia.