Isabel Ayuso, sucesora de Tierno Galván

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Javier Lizon

03 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Quietos! ¡Quietos! No se me arremoline el poleiro y lea primero, que, para replicar, siempre les quedará tiempo y espacio.

Sé bien quien era Enrique Tierno, no solo porque he tratado a muchos de sus discípulos, de algunos de los cuales he sido además íntimo amigo, sino también porque, aunque no tuve la fortuna de conocer personalmente al «viejo profesor», he leído, e incluso estudiado, la mayoría de sus escritos, desde Tradición y modernismo, quizá su mejor obra, hasta Yo no soy ateo, pasando por su breve pero sustanciosa introducción a Del espíritu de las leyes.

Por tanto, les ahorro darme lición sobre la gran distancia intelectual entre quien (Tierno) lo fue con brillantez y quien (Ayuso) no ha pretendido serlo nunca, señal de inteligencia frente a la legión de todos los colores (aunque con predomino del morado) que se da esos aires sin haber leído más que las contraportadas de los libros.

No, Ayuso sucede a Tierno en Madrid, su alcalde desde las primeras municipales democráticas hasta que falleció en 1986 (estuve entre aquella marea humana que lo acompañó en su funeral), porque nadie antes de su gran victoria del 2021 había logrado desde entonces colocarse en la posición del político antifranquista y brillante profesor. Ayuso comparte con Tierno ser una autoridad votada por la izquierda y la derecha, apoyada en los barrios más humildes y en los más prósperos no ya del municipio sino de la provincia, querida por su sano madrileñismo que es todo menos xenófobo y sectario y por haber situado a Madrid en el centro no solo territorial sino político de España.

Tierno conquistó a Madrid no por haber escrito libros sesudos, aunque eso hacía de él un personaje, sino por entender a la capital de la movida, fotografiarse con Susana Estrada despechugada sin embarazo ni cinismo y haber entendido que Madrid necesitaba una identidad colectiva cuando todos andaban inventándose la suya. Ayuso, que ha comprendido como Tierno que Madrid representa mucho más que los votantes de su partido, es la presidenta medio cheli y medio deslenguada, que se expresa con una limpieza inigualable en un país donde casi ningún político se atreve ya a hablar con claridad. Por eso a Ayuso (como antes a Tierno) la paran y le aplauden por la calle: porque ambos encarnan el orgullo de una ciudad abierta y acogedora, donde, como en A Coruña, nadie es forastero.

Que Casado no haya visto el valor de Ayuso, como antes no vio el de Cayetana Álvarez de Toledo, la mejor diputada del PP con mucha diferencia, es un error que podría acabar por costarle una victoria electoral que hasta hace nada cantaban todas las encuestas. Pero esas cosas pasan cuando la lucha interna partidista se antepone a la racionalidad más elemental. Nadie como Ayuso puede ayudar tanto a la victoria de Casado y nadie hacerle más daño si el líder del PP se empeña en cortarle la cabeza. Un grave error del que solo saldría beneficiado Sánchez y la troupe de separatistas y exterroristas que seguirían entonces gobernándonos.