Prohibido decir «brutal»

José Manuel Velasco PROFESOR DE COMUNICACIÓN

OPINIÓN

CEDIDA POR LA ULPGC

04 nov 2021 . Actualizado a las 18:57 h.

Ayer escuché a un presentador de informativos en televisión utilizar el adjetivo «atroz» para referirse al asesinato de un niño de nueve años en la localidad riojana de Lardero. Me quedé muy sorprendido, porque yo esperaba que el suceso fuese calificado como «brutal». Porque brutal es el término de moda. Se aplica para todo: para una comida, para una tromba de agua, para una manifestación, para una entrevista, para un disparo a puerta, para una victoria (o una derrota, da igual) o para una excursión a la montaña y, por supuesto, para la erupción del volcán de La Palma.

En mis clases y formaciones de oratoria, cuando surge la palabra brutal inmediatamente la prohíbo. Los alumnos me preguntan por qué les limito el uso de tal vocablo, y mi respuesta es: «Precisamente para que no limitéis vuestro lenguaje a lo primero que os viene a la cabeza; y os viene a la cabeza porque es de uso común, demasiado común».

Además, de las cinco acepciones que recoge el diccionario de la Real Academia Española para brutal, solo una («muy grande») permite un uso generalizado. La primera se refiere a algo «propio de los animales por su violencia o irracionalidad», mientras que la segunda (dicho de una persona) califica su «carácter violento».

Nuestro lenguaje está plagado de expresiones comunes como «no es (adjetivo), es lo siguiente», «hay que empoderar…», «el relato político», «leer la jugada», etcétera. Y eso sin hablar de los anglicismos que nos invaden gracias a que muchas personas creen que es más moderno (cool), por ejemplo, utilizar el término engagement en vez del castellano implicación, tener una call por llamar por teléfono, o estar fashion en lugar de ir a la moda.

El español es el idioma nativo de 492 millones de personas, el 6,3 % de la población mundial. Es la segunda lengua tras el chino mandarín y, con mucha diferencia, la más estudiada en todos los niveles de enseñanza en Estados Unidos. A pesar de estas cifras acreditadas por el Instituto Cervantes, tengo la impresión de que en España el español está debilitándose.

Todos tenemos la responsabilidad de cuidar nuestro vocabulario, en primer lugar porque dice mucho de nosotros: de nuestra formación, de nuestra cultura y de nuestra sensibilidad. Cuidar las palabras es cuidar de uno mismo. Esta responsabilidad se acentúa en aquellas personas que tienen proyección pública, como los políticos y los periodistas. De los primeros solo se puede decir que, salvo honrosas excepciones, su lenguaje es pobre, cansino y vulgar. De los segundos cabe esperar que sean conscientes de que su principal herramienta de trabajo es el lenguaje y que, si no lo cuidan, se deteriorará la calidad de lo que producen.

La utilización brutal del lenguaje conduce a la brutalidad de la persona. Tratemos con cariño el don que nos hace humanos. Y cuando el adjetivo brutal les invite a pronunciarlo, piensen en una alternativa menos violenta.