El mayor espectáculo del mundo

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Ricardo Rubio

27 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

No es fácil que un país como el nuestro realice nuevas aportaciones a la historia universal. Y no me refiero a la colonización de América, la Reconquista, la batalla de Lepanto, las catedrales o el Siglo de Oro. Todo ello representa, hoy lo sabemos, la España casposa y fachita que por fortuna estamos superando de la mano de las élites que nacieron del nuevo gran renacimiento: el 15-M, madre de todos los progresismos y todos los avances.

Hablo de los inventos de la gente, la auténtica protagonista de la historia: del chupachups, de la fregona, del futbolín, de la zarzuela (donde esté La Revoltosa que se quiten Mozart y Rossini), de las novelas de vaqueros de Marcial Lafuente, de la sublime poesía del rapero Pablo Hasel y las pintadas que llenan muros y paredes enseñándonos la auténtica cara del arte popular. 

Pues bien: todo ello, lo facha y lo revolucionario, es insignificante comparado con la gran aportación que a la política mundial han hecho los gobiernos españoles de 1977 para acá, práctica añeja que el de Sánchez ha elevado a un nivel de excelencia insuperable. ¿Que cuál? Es obvio: el sistema de nuestros políticos para la discusión y tramitación de los Presupuestos del Estado. Una maravilla del rococó, una pieza de fina orfebrería que no hubiera superado ni siquiera con sus huevos (ustedes perdonarán) el gran joyero Fabergé.

Durante años, UCD primero y luego el PSOE y el PP, sobre todo cuando carecían de mayoría absoluta, pero también cuando la tenían, pues había que ser integradores y rumbosos, se dedicaron a negociar los Presupuestos con el nacionalismo vasco y catalán. De ese modo, partidos que no llegaban al 10 % de los diputados nacionales y cuyos votos eran menos en conjunto que los de un barrio grande de Madrid influían concluyentemente en decisiones que afectaban al conjunto del país, al tiempo que arrancaban a cambio buen dinero con el que afrontar lo que los nacionalistas llamaban construcción nacional. Labor que no consistía en hacer casas y edificios, como ingenuamente cabría suponer, sino en convencer por todos los medios imaginables, incluida la manipulación, a los ciudadanos vascos y catalanes de que la independencia era indispensable para su supervivencia.

Ese invento inigualable, desconocido en los muchos países donde las coaliciones no osan meter en la gobernación del país a los enemigos del orden constitucional (¡cuanta cobardía!), ha sido perfeccionado hasta extremos fabulosos por Sánchez, Gran Timonel que va camino de construir una España nueva, para lo cual está dispuesto a destruir la que todos conocemos. Por eso hoy los Presupuestos dependen de un partido golpista (ERC), de un partido que negocia un nuevo Estatuto soberanista para su comunidad (el PNV) y de una fuerza política, EH Bildu, que se reclama legítima heredera de una banda terrorista que causó durante medio siglo daños infinitos a docenas de miles de personas. Y es que el coraje y la generosidad de nuestro presidente no sabe de principios ni de límites.