Bendito sea el periodismo

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

Miguel Calero | Efe

27 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La habrán escuchado muchas veces. Es una frase hecha. Una expresión coloquial. Un modo de decir instalado entre los hablantes y al que, globalmente, se le otorga un significado inequívoco y verdadero. Dicen que «una imagen vale más que mil palabras». Lo aceptamos. Lo repetimos. Y erramos. Estos días hemos comprendido que las palabras son más poderosas que las imágenes. O, por lo menos, poseen mayor capacidad descriptiva. Las imágenes pueden ser dolorosas, intensas, tiernas, serenas. Pero las palabras trascienden tal descripción. Les estoy hablando de la retórica (la narración) de la tragedia que se vive en la isla de La Palma. Una tragedia sin ambages a la que Reyes Maroto calificó como un espectáculo que podría servir de reclamo para visitar la isla. Rápidamente matizó sus palabras. Y dijo lo que siempre esperamos de nuestros ministros: lo que importa es la gente. La misma gente que, si fuese una ministra del PP la que pronunciase su aserto sobre el «espectáculo turístico» del volcán, reclamaría su inmediata dimisión. Pero el actual Gobierno de España tiene bula. Y ese, según mis entendederas, es el único motivo por el que continúan en el Ejecutivo y no han convocado elecciones. Hagan lo que hagan y digan lo que digan, «la gente» lo consiente. Ni se manifiesta. Para qué. De esto ya he hablado muchas veces. En exceso. Y hoy mismo, con el caso Puigdemont, podría insistir. No lo haré. Por lo tanto, este lunes me permito la licencia de hablar del periodismo escrito y su inmenso valor.

Las imágenes, con el volcán de La Palma, no expresaron más que las palabras. Las palabras de los periodistas tejían la realidad de lo que estaba sucediendo. El resto era trágico espectáculo (dijo bien la ministra Maroto). Y es una pena. Parece que el espectáculo en ocasiones quiere adueñarse de los medios de comunicación. Por fortuna quedan las palabras. He leído crónicas espléndidas de todo lo que ha sucedido. Adjetivos que perfilaban la corriente de lava. Verbos que aceleraban su ritmo y su cadencia. Adverbios que nos decían el cómo y el cuándo y el dónde y las previsiones de la carrera del averno de la lengua roja del volcán. Las televisiones se recreaban, bucle tras bucle, en difundir casas bajo la desdicha. Rostros y lágrimas. El remolino de chispas y centellas y miajas de fuego. La desolación y el estrago. El aniquilamiento. Pero las imágenes serían nada, apenas, sin las palabras que los periodistas supieron hacer desfilar en medio del aniquilamiento.

Parece que la comunicación cada día precisa más del espectáculo. Sin embargo, el periodismo, el buen periodismo, debe escapar de esa ley que ha logrado implantarse (plantarse, más bien) en nuestra realidad. El relato del bramido geológico me ha congraciado con ese periodismo. El que hila con música las palabras. El que cuenta la verdad y la hace, aun, más verdadera. El periodismo que huye de los tópicos y se alza, vigoroso, sobre la frivolidad del presente. Ese periodismo es el que alimenta nuestra libertad y nuestra democracia. Quizá una palabra vale más que mil imágenes. Ojalá.