El mito de Charlie Watts

OPINIÓN

Rodrigo Garrido | Reuters

26 ago 2021 . Actualizado a las 08:56 h.

Hoy debería hablar, por cuarta vez, del agujero negro de Afganistán. Pero, como asiduo lector de Miguel Hernández, «yo sé que ver y oír a un triste enfada, / cuando se viene y va de la alegría, / como un mar meridiano a una bahía / esquiva, cejijunta y desolada». Y, tras constatar que la UE no sabe qué puede hacer en Kabul, pero tiene clarísimo -«consejos doy que para mí no tengo»- lo que debería hacer Joe Biden, he decidido evitar el riesgo de banalización de esta tragedia, y dedicar este artículo, in memoriam, a Charlie Watts, que hace dos días arrumbó su batería para ingresar en el coro de los ángeles.

Charlie Watts era el batería de The Rolling Stones, y yo lo recuerdo de aquella época en que los jóvenes rebeldes del tardofranquismo -años 67-73- sentíamos una compulsiva necesidad de culturizar todo lo que sonaba a ruptura -con el Régimen, la copla, el fútbol, El Escorial, los toros, el flamenco y los paisajes castellanos cantados por Machado-, para incorporarnos a una nueva cosmovisión del mundo -el rock, el cine de Eisenstein y Kurosawa, los libros que Marcuse y Fromm, las misas del padre Llanos, y todo lo que sonaba a moderno, indiscutible, definitivo y extranjero-. Porque The Rolling Stones era un instrumento imbatible -como los chuletones al punto- de la ruptura generacional.

Hasta tal punto llegaron las cosas que la desigual confrontación de la transición sonora -¿The Beatles o The Rolling Stones?-, que los de Liverpool deberían haber zanjado en el minuto uno, se mantuvo varios decenios, aupada por los que creíamos que la banda de Mick Jagger marcaba mejor -de Marifé de Triana a Mick Jagger hay un trecho- el cambio generacional, y que esa vía podría adelantar el derrumbe de Franco. Por eso me gusta recordar estas pequeñeces, elevadas a categoría de símbolos, y en muchos casos equivocadas, para recordar las diferencias que aún se pueden vislumbrar entre aquellos tiempos de esperanzadores abrentes y estos decadentes ocasos.

Ya escribí sobre esto -«Última hora: aquello era un timo», el 10-03-1991- cuando Bill Wyman, el bajo de The Rolling Stones, se sinceró de esta manera: «Mick Jagger es un mediocre cantante; Ronnie Wood -el guitarrista- poco más hace que ruidos, y Charlie Watts -que ahora recibe los encendidos halagos personales y profesionales que los cristianos les prodigamos a los muertos- es una especie de tamborilero». Eran las típicas declaraciones de un mito que derribaba mitos, y que ya entonces, hace 30 años, me obligaron a reconocer que vivimos acomplejados por los mitos.

Hoy es tan cierto que Franco cayó como que los jóvenes de aquella generación nos hemos hecho viejos nostálgicos que ya tuteamos a los mitos. Y por eso pienso a veces -¡Dios me perdone!- que el cante jondo tiene más futuro que The Rolling Stones, que el paisaje castellano está entre los más hermosos del mundo, y que lo que más le gustaba a Charlie Watts, para asumir su identidad, era tocar para sus nietos, en la Nochebuena, El pequeño tamborilero. Descanse en paz.