Frankenstein obsesionado con Madrid

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Alberto Ortega | Europa Press

08 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Madrid resistente, la urbe heroica cantada en la Guerra omnipresente por Miguel Hernández, Neruda, Alberti o Bergamín, la ciudad rompeolas de todas las Españas, según el célebre verso de Machado, ha pasado de ser el mito del autodenominado progresismo a su anti-mito: ahora es para la izquierda, que ha aceptado también aquí los malsanos prejuicios del nacionalismo vasco, gallego o catalán, la ciudad reaccionaria, fascista incluso, cueva del centralismo, vividora a costa del resto del país, aprovechada, insolidaria. La ciudad que supuestamente desprecia a los paletos de provincias, como en las comedias casposas del pajarestesismo, que mira al parecer por encima del hombro al resto del país y vive, dicen, enfrascada en su complejo de superioridad. Ese que en realidad suele ser siempre expresión del complejo de inferioridad de los que denuncian el contrario.

A quienes, por razones electorales, o por esa obsesiva rivalidad territorial que no da tregua al que la sufre (decía la Rochefoucauld que lo peor de la envidia es que padece más el envidioso que disfruta el envidiado) han hecho de Madrid su particular infierno económico y político -reunión de todos los males sin mezcla de bien alguno, como el del catecismo- les da igual que ese necio maniqueo sea absolutamente falso.

Los datos objetivos desmienten una parte de la gran mentira, que explica esperpentos como el intento de imponer a Madrid un recargo fiscal por el efecto capitalidad, que, además de demencial, sería totalmente inconstitucional, como enseguida lo denunció el presidente Feijoo. Madrid es la región española que más contribuye a la solidaridad territorial: en el 2019 la Comunidad aportó 4.343 millones de euros al Fondo de Garantía de los Servicios Públicos Fundamentales, lo que supone un 70 % del total, frente a un 24 % que procedió Cataluña y un 6 % de Islas Baleares. Ese fondo, que se nutre con un 75 % de aportaciones de las comunidades y un 25 % del Estado, es el más importante, en términos de solidaridad territorial, de los existentes en España.

La otra parte del maniqueo contra Madrid se cura visitándola. Cualquiera que vaya a Madrid podrá apreciar ese efecto típico de las ciudades construidas con gentes de muy diversa procedencia: todas suelen ser acogedoras, abiertas a todas las razas, todas las ideas y todas las formas de vida. Dice el refrán que pueblo pequeño, infierno grande. La idea también funciona del revés y por eso las ciudades grandes, salvo que hayan sufrido un proceso continuado de sectarismo identitario, son de nadie y, por tanto, son de todos. Madrid lo es desde hace muchos años: lo era antes, cuando votaba a Tierno Galván, y lo es ahora cuando lo hace a Martínez-Almeida.

No olvides, Madrid, la guerra;/ jamás olvides que enfrente/ los ojos del enemigo/ te echan miradas de muerte». Eso escribía Alberti en 1937. Quizá uno de los secretos de la capital de España es que, libre, y desoyendo las recomendaciones del gran poeta gaditano, ha sabido olvidar y vivir en el presente.