Hubo un tiempo en que el precio de las horas extras de trabajo en un astillero se negociaba en la mesa del convenio y en la calle, con millares de trabajadores haciendo presión y quemando contenedores al grito de ¡lume! Tiempos aquellos, no tan lejanos, entre los años 2005 y 20211 (antes de la crisis del tax lease) en los que las carteras de pedidos de los astilleros echaban por fuera: buques oceanográficos, plataformas off-shore de apoyo a la industria del petróleo, modernos ferris o pesqueros de última generación para armadores nacionales y extranjeros: noruegos, holandeses, británicos... Fueron buenos años. Tan buenos que la competencia europea dijo basta, y acabó llevando a los astilleros españoles ante el alto tribunal de Luxemburgo bajo la falsa acusación de ayudas de Estado.
Costó Dios y ayuda salir de la crisis del tax lease, que mantuvo al naval gallego fuera del mercado durante casi tres agónicos años. Por el camino se quedaron varios miles de empleos y un centenar largo de empresas auxiliares. Pero la capacidad instalada aguantó. Los grandes astilleros siguieron en pie y volvieron a contratar barcos, no sin dificultades, porque ya nada volvió a ser como antes: con la competencia extranjera apretando, con el pulmón económico exhausto, y con los bancos poniendo la proa a financiar operaciones que supusieran el más mínimo riesgo, conseguir ganar una licitación, firmar un contrato y lograr su entrada en vigor se convirtió en una misión titánica.
Y aún así, los barcos han seguido entrando, porque al margen de gestores incompetentes o chapuceros, la cultura industrial del naval que existe en Galicia es un patrimonio arraigado en el ADN de una clase empresarial luchadora y valiente, que durante décadas, de generación en generación, ha transmitido su conocimiento con el sello de calidad que distingue en todo el mundo a decenas de buques de alta tecnología que llevan por todos los océanos la marca Galicia.
Por diferentes motivos, injustificables en algún caso, Hijos de J. Barreras, el viejo Vulcano, Metalships, los tres mayores astilleros privados de Galicia y toda su red de empresas auxiliares atraviesan momentos difíciles. Al margen de errores de gestión o de decisiones equivocadas, hay toda una riqueza industrial en alerta roja, miles de empleos cualificados en peligro, miles de familias con su futuro en el aire. Es momento de ayudar y de salvar nuestro naval antes de que donde ahora hay astilleros en poco tiempo haya torres de lujo con vistas al mar.