Rabia, rabia contra la agonía de la luz

Francisco Martelo CIRUJANO PLÁSTICO Y SECRETARIO GENERAL DE LA REAL ACADEMIA GALLEGA DE MEDICINA

OPINIÓN

ENDESA

23 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El Gobierno lanzó los nuevos precios de la luz, pero la tarifa eléctrica es tan intrincada en España que lo tiene difícil. Los ciudadanos no estamos a su nivel. Ni sabemos cómo las comercializadoras compran electricidad en el pool eléctrico para cubrir la demanda del día siguiente, ni cómo sus clientes pagamos de forma diferente dependiendo de la hora del día en que realizamos el consumo, ni cómo elegir los momentos cubiertos por energías renovables (eólica y fotovoltaica), ni cómo alejarnos de los picos que requieren energías de combustibles fósiles que encarecen mucho el recibo. Pero todo ello, parece ser, va encaminado a conseguir un objetivo noble grabado con soldadura, por supuesto eléctrica, en nuestra frente -ahorro energético y menos contaminación- que parece ser, se logra a base de gravar la tarifa con impuestos que, irremediablemente, tenemos que pagar nosotros.

Las familias, procurando ahorrar, a pie de lavadora en el horario con rebaja, en medio de la noche. Desde el Gobierno, intentando diluir la protesta ciudadana, nos regañan utilizando mal el ideal feminista y culpando a la cultura machista paternalista. Lo importante, dicen, es quién plancha y no la hora del planchado, recordando que la noche es para dormir. No se dan cuenta de que la factura de la luz quita el sueño y la equidad que produce nada tiene que ver con el igualitarismo de género, sino que en lo que nos iguala es en la escasez, es decir, en el incremento del umbral de la pobreza.

La luz ha sido siempre un bien caro. Mi padre, estudiante en Santiago de Compostela, hace casi un siglo, no podía acudir a su casa en la Galicia profunda para preparar exámenes porque su padre le impedía utilizar el candil, por el gasto que suponía el consumo de carburo. Tenía que renunciar a sus paseos por las corredoiras, a sus amistades, a su familia; en definitiva, restringir su campo amoroso. Renunciar a la luz es renunciar al amor. A la inversa también es cierto. Lo tendrán claro si analizan la frase de Albert Einstein: «Hay una fuerza extremadamente poderosa, el amor, que es luz porque ilumina a quien lo da y a quien lo recibe».

Desde hace muchas décadas la omnipresencia de la electricidad nos ha proporcionado una vida mejor. Su encarecimiento deja el alma en vilo. La familia tiene que conservar los alimentos, combatir el calor o el frío, mantenerse informada y soportar el aumento de precios porque nos repercutirán desde el aumento del coste de ordeñar las vacas a los de fabricar la ropa o los coches. No puede depender del egoísmo de unos o la incompetencia de otros la presencia de una necesidad permanente. Algunos son culpables, otros cínicos, pero todos somos responsables. Debemos enarbolar el título del delicioso poema de Dylan Thomas: «Rabia, rabia, contra la agonía de la luz».