Simulacro

Ruth Nóvoa de Manuel
Ruth Nóvoa DE REOJO

OPINIÓN

06 jun 2021 . Actualizado a las 08:31 h.

En el colegio, de vez en cuando, hacíamos un simulacro de incendio. Como cualquier cosa que servía para alejarnos de los pupitres, nos encantaba. Nos poníamos a formar como nos habían indicado y nos partíamos de risa mientras bajábamos en un desordenado orden al patio. Coitados. Siempre dudé de la efectividad de un simulacro del que te avisaban el día anterior. Dudaba tanto como dudo ahora de las pruebas en los locales de ocio nocturno. Algo hay que hacer, claro, pero no me imagino incorporar la PCR o la inscripción previa a esos rituales antes de la salida nocturna, que exigían siempre un chequeo: llaves, clínex y dinero. Poco más nos hacía falta. Las mejores noches siempre fueron las improvisadas. Las de «Hoy no nos arreglamos», «Tenemos que volver pronto, que mañana hay que estudiar», «Una vuelta y a casa, que a mí me matan». Las mejores noches siempre fueron aquellas en las que hacías una amiga nueva en el baño del bar y acababas compartiendo hasta la barra de labios (sí, da arrepíos pensarlo en era covid). Las de «Tenemos que encontrar al chico ese alto que te gusta» y encontrarlo. Las de «Total, si aquí no nos conoce nadie». Las mejores noches siempre fueron las que acababan en afonía, después de cantarlo todo (y soltar aerosoles como si no hubiera un mañana).

La cuadrícula de un simulacro parece incompatible con todo lo que significa salir. Pero habrá que adaptarse. Porque lo primero es lo primero. Otra opción es asumir que cualquier noche pasada fue mejor y resignarse a recordar aquella bronca monumental por llegar tarde (era bastante temprano, en realidad), aquel examen aprobado con resaca e incluso, si hace falta, las canciones de Shakira.