Protestas en Al Aqsa

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

REUTERS TV

12 may 2021 . Actualizado a las 08:44 h.

Qué puede haber más triste que que a uno lo desahucien del que ha sido su hogar y el de sus antepasados? ¿Qué mayor impotencia que ver cómo una ley arbitraria permite a una fuerza ocupante desalojar a su legítimo propietario pese a poseer los títulos legales que le acreditan como tal?

Esta injusticia fue reiteradamente sufrida por decenas de generaciones de judíos desde los tiempos bíblicos hasta que, en 1948, se invirtieron las tornas, y, de ser los eternos condenados a la emigración forzosa y las víctimas propiciatorias de una y otra persecución, se convirtieron en los verdugos de los descendientes de aquellos que les habían expulsado de su tierra milenaria.

Las terribles lecciones aprendidas a sangre y fuego a lo largo de los siglos y, sobre todo, tras el Holocausto padecido a manos de los nazis, hizo que los judíos supervivientes se encastillaran en cada centímetro de tierra recuperada en Israel. La oposición árabe solo conllevó a una sucesión de guerras que pusieron en evidencia su falsa unidad y la firme decisión y defensa de los judíos. De todas las guerras y levantamientos que tuvieron lugar tras la denominada Naqba o gran desastre de 1948, la de 1967, la guerra de los seis días, fue la que propició la derrota más humillante de todas, con la ocupación de la parte musulmana de Jerusalén.

Desafortunadamente, los avatares históricos que propiciaron que sobre el monumento más sagrado para los judíos, el templo de Jerusalén, se construyera la mezquita de Al Aqsa, el segundo enclave más venerado por los musulmanes, solo complicaron aún más el difícil estatuto jurídico de Jerusalén, la que los judíos consideran su capital histórica. La intención del Gobierno israelí de desahuciar a los habitantes de varias viviendas en el barrio de Sheij al Jarrah en la Jerusalén Este, ocupada desde 1967, ha desatado una gran ola de violencia, incluyendo el intercambio de cohetes desde y hacia la franja de Gaza. El resultado: casi 30 muertos y más de 400 heridos. Este desahucio, que solo se entiende como parte del pago de Netanyahu a los judíos más radicales por su apoyo político, ha resultado la chispa de un incendio que solo podrá apagarse con más sangre y más violencia, si nadie hace nada para remediarlo.