Iglesias salió del Gobierno para afrontar las elecciones de Madrid esperando polarizar la campaña entre Ayuso y él mismo, y que los votantes de izquierda acudiesen a apoyar en masa los valores que él representaba; o tal vez no era tan ingenuo, y solo pudo ofrecer su propia cabeza para que Podemos no desapareciese de Madrid, ahogado entre el probable crecimiento de Más Madrid y el PSOE.
La llegada de Iglesias a la campaña fue la primera garantía de la victoria de Ayuso, al provocar que los votantes de centro se refugiasen en ella ante el terror que les provocaba el líder de la formación morada. Y es que pocos políticos, en tan poco tiempo, se han ganado tanto rechazo, a veces incluso tanto odio, como Pablo Iglesias. Muy pronto supo Iglesias que su pareja de baile no era Ayuso, por más que la buscaba, sino Monasterio, que se movía en códigos de corrección política alternativos. Iglesias buscaba a Ayuso, pero Ayuso buscaba a Sánchez, y lo encontró.
Iglesias saltó de los cielos, sin red, porque su forma de concebir la política es el riesgo, dice lo que piensa y si se equivoca se estrella; se ha creído muchas veces más de lo que es y ha creado situaciones imposibles cuando el país necesitaba estabilidad y confianza; pero eso no sabe hacerlo. Las izquierdas se han equivocado en esta campaña, salvo Errejón, que es la antítesis de Iglesias, dos formas tan diferentes de entender la política, tan complementarias.
Quizá los políticos tengan que aprender a convivir con otros que los complementan y no solo con los que son iguales, para no tener que saltar de los cielos a cada paso.