Ya es hora de pensar en nuestros jóvenes

Miguel A. Vázquez Taín PRESIDENTE DEL CONSELLO GALEGO DE ECONOMISTAS

OPINIÓN

18 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Periódicamente, y cada vez con información más preocupante, conocemos los resultados de estudios sobre la realidad del mercado laboral de nuestros jóvenes. En concreto, la fundación Fedea acaba de poner blanco sobre negro en su situación salarial, estimando que los jóvenes de hoy cobran la mitad que hace 40 años. Aunque esa conclusión debe ser aclarada, al ser el resultado de la cantidad de días y horas trabajadas y no de la remuneración por unidad de trabajo, pone en evidencia los graves problemas que presenta nuestro mercado laboral y nuestro sistema educativo y, con ellos, los retos que tenemos desde el punto de vista económico y social.

A la tasa de paro que alcanza al 40 % de los jóvenes se une un constante deterioro de sus condiciones de trabajo que, en muchos casos, se cronifica en el tiempo dando lugar a lo que ya se conoce como efecto cicatriz: la precarización como marca laboral que acompaña a los jóvenes en una espiral de difícil salida en la que quedan entrampados durante años. Además, esta realidad se agrava en los períodos de recesión económica, sin recuperación, hasta ahora, de las condiciones previas en las fases de expansión.

Si a esta situación añadimos que los jóvenes de hoy, paradójicamente, en su conjunto, están mejor preparados que nunca en nuestra historia, está claro que algo falla. Y ese fallo tiene importantes consecuencias económicas y sociales. Por un lado, y dejando al margen la eficiencia de los recursos empleados en su formación, estamos desperdiciando el elemento básico de cualquier sistema económico: el capital humano. Por otro, esta situación frustra expectativas, ralentiza proyectos vitales que, más allá de lo personal, también tienen su manifestación en aspectos tan importantes para la economía como la baja natalidad, la vivienda o, y desde una perspectiva egoísta, la sostenibilidad del sistema de pensiones.

Obviamente no existe una solución mágica para acabar con esta situación. La realidad es compleja y tozuda y la solución no es directa. Se trata de un problema en el que influyen muchos factores: educativos, laborales, económicos, culturales, sociales, etcétera. Por lo que abordar el problema desde una única perspectiva no dejará de ser un parche, sin avances hacia la necesaria solución final. En todo caso, siendo conscientes del problema, por algún lado tenemos que empezar a poner en común principios fácilmente asumibles y aplicables.

Y en este sentido, la educación debe ser el punto de partida. Empezando por la orientación, que ponga en relación las vocaciones con las nuevas necesidades, además en constante evolución, del mercado laboral. Continuando con la formación, no solo en contenidos técnicos, muy necesarios en todo caso, sino también en habilidades que multipliquen su potencial. Y terminando por la ambición, sí, en su justa medida es siempre necesaria, y máxime si queremos que nuestra juventud salga de la espiral perversa antes referida. Pero la ambición es un tema cultural, y quizás una sociedad que no hace un mayor esfuerzo en ayudar a aquella parte de la misma que constituye su futuro no sea el mejor ejemplo.