El catecismo de Sánchez y Gabilondo

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

EVA ERCOLANESE | Efe

30 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

«Si los que gobiernan las naciones son buenos y se entregan a su pueblo para conseguir un reinado de libertad, respeto mutuo y paz, los súbditos les deben obediencia y colaboración para luchar contra las fuerzas que se oponen a la justicia y felicidad de las naciones». En el año 1969, en plena dictadura, el entonces fraile y hoy candidato del PSOE a las elecciones a la Comunidad de Madrid, Ángel Gabilondo, escribió un catecismo llamado Enséñanos a Amar (Ediciones Mensajero), en el que se consideraba a los ciudadanos como súbditos que debían colaboración y obediencia al poder. «Todos hemos oído o leído el fuego y el entusiasmo que ponen las células comunistas en propagar su doctrina», decía también el hermano Ángel, miembro de la Congregación de los Hermanos del Sagrado Corazón. Y cuestionaba a los jóvenes por no «anunciar a Cristo» con el mismo «fervor» con el que los comunistas propagaban sus ideas. Malas, se supone.

Si tomamos esta segunda cita, a nadie debería extrañarle la prevención del candidato Gabilondo a pactar con «este Iglesias», entendiendo como tal a la versión más radicalmente comunista del hasta hoy vicepresidente segundo del Gobierno. Pero, si hacemos caso a su propio catecismo, como súbdito de quien gobierna, Gabilondo debería «obediencia y colaboración» a Sánchez, por lo que, si este se lo pidiera, tendría que pactar con el líder de Podemos tras el 4M para luchar contra «las fuerzas que se oponen a la justicia y la felicidad de las naciones», que en el imaginario sanchista y pablista es todo lo que se sitúe a la derecha de Emiliano García-Page, pongamos por caso.

No sabemos si Pedro Sánchez ha leído en los últimos días el catecismo de fray Gabilondo o si, en la línea de lo que decía ayer en estas páginas Xosé Luís Barreiro, se ha caído del caballo, como Pablo. Pero, después de haber pactado con los herederos de ETA, de convertir en su socio preferente a un partido como ERC, liderado por un preso condenado por sedición, y de llevar más de un año gobernando al alimón con quienes expresan todo su «apoyo»» a los que queman contenedores y aseguran que España no es una democracia, Sánchez dice que «quien quiera estar en un Gobierno progresista deberá renunciar al extremismo».

Nadie tiene derecho a cuestionar a Gabilondo por haber colgado la sotana. Y tampoco Sánchez debería ser criticado por retractarse de sus pactos con el extremismo político, sino más bien alabado. El problema es que es la realidad la que desmiente su discurso de inmediato. Hoy mismo, Sánchez hará ministra a Ione Belarra, entre cuyos méritos está el de acusar a la titular de Defensa, Margarita Robles, de ser una ultraderechista; tachar de aliado de la extrema derecha al feminismo que no comulga con las tesis queer de Podemos, o explicar la actual crisis económica diciendo que «el frutero se está forrando estafándote» por cobrar «la patata a precio de aguacate». Los hechos indican que, antes de lanzarse a la catequesis, lo que Sánchez y Gabilondo deberían practicar es el octavo mandamiento.