Qué nos jugamos en Cataluña

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Marta Perez | Efe

02 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando hay elecciones regionales en Cataluña, parece que España se lo juega todo a los dados: la unidad nacional, el futuro del Gobierno central, la primogenitura de la derecha. Lo dijo Pablo Iglesias, no sé si pensando en sí mismo y en su partido o en el conjunto del país: «En Cataluña nos jugamos mucho». Y hay algo de cierto en todo esto. Te levantas por la mañana, lees los titulares de los periódicos, escuchas una tertulia de radio y empiezas a dudar si estamos ante unas urnas autonómicas o ante el equivalente a unas elecciones generales.

No es para menos. El jefe del Gobierno español, señor Sánchez, fabricó un líder, Salvador Illa, como artillería pesada para frenar a un independentismo que, a pesar de ser un desastre como gestor de los asuntos públicos, tiene respaldo popular suficiente para arrastrar a Cataluña a un desastre todavía mayor, que es la alternativa de independencia o un nuevo y largo 155. Aunque no está claro si el señor Sánchez prefiere apuntalar la unidad nacional o hacerse indiscutible en la presidencia, el desafío tiene suficiente entidad como para aportar una interesante nota de suspense.

Si miramos al otro lado del mapa político, Santiago Abascal se plantea esta ocasión como la oportunidad para alcanzar el sueño dorado de ser el representante genuino de la derecha y para ello necesita aplastar la cabeza política de Pablo Casado. Provocar una crisis de liderazgo en el Partido Popular sería un paso de gigante en esa tarea. Por ahí va la esencia de su discurso al subir los decibelios de sus críticas al PP: en esta campaña ha pasado de llamarle «la derechita cobarde» a denominarle «la derecha miserable». Para un independentista tiene que ser fantástico contemplar cómo los partidos constitucionalistas se destrozan a sí mismos y se atacan con más virulencia que a quienes quieren romper la patria que los conservadores tanto defienden.

Pero la esencia del combate está en el bando secesionista. Por primera vez desde que hay elecciones, la suma de votos de Junts per Catalunya, Esquerra Republicana y la CUP puede superar el 50 %. A Puigdemont y a su nueva vicaria, Laura Borrás, les hizo la boca un fraile y ya aseguran que proclamarán la independencia sin más trámites ni consultas. Nada de medias tintas, florituras ni cautelas: si más de la mitad de los catalanes votan a partidos secesionistas, hágase la secesión. Y quien se niegue será un botifler, es decir, un traidor a su pueblo, a su patria y a sus creencias. Esto es lo que anida en el pensamiento puigdemoníaco.

No lo conseguirán. No les dejará ERC, que es más realista. Tampoco les dejará el Estado, que es mucho más fuerte de lo que piensan los visionarios. Y no les dejará la Unión Europea, algunos de cuyos países miembros tienen el mismo virus en su interior. Pero harán mucho ruido. Y a lo peor los alienta Moscú.