EE.UU.: ¿una república bananera?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

WILL OLIVER

07 ene 2021 . Actualizado a las 21:13 h.

Durante una estancia en la excelente Universidad washingtoniana de Georgetown, en 1989, visité en varias ocasiones el Capitolio, que ayer vimos asaltado por una turba trumpista enloquecida. Frecuentemente pasaba, además, por delante del grandioso edificio, camino de la Biblioteca del Congreso, y siempre, tanto admirando la mole de Capitol Hill como las pinturas históricas de Trumbull en su Rotonda, se me ponía la piel de gallina consciente de la trascendencia histórica de un lugar tan íntimamente unido al nacimiento de la democracia liberal: We the people («Nosotros el pueblo») comienza la Constitución norteamericana.

Por eso, cuando vi, alucinado, la retransmisión del asalto al Capitolio por los bárbaros trumpistas pude imaginar con facilidad la indignada estupefacción de docenas de millones de norteamericanos -incluidos muchos votantes del propio Trump- al asistir a un espectáculo tan escandaloso, que avergüenza a EE.UU. ante el mundo democrático.

La imagen de policías pistola en mano en el hemiciclo, la de congresistas revolcados por el suelo tras su escaño como en nuestro ignominioso 23-F, la de un asaltante haciendo el indio (literalmente) en la presidencia de la Cámara de Representantes, la de los enfurecidos invasores escalando los muros del Capitolio, o la de ese cartel (Pelosi is Satan) que expresaba el delirio reaccionario de los partidarios de quien (Trump) el editorial de ayer del Washington Post calificaba de peligro para la seguridad nacional, expresaban las terribles consecuencias de la gravísima irresponsabilidad del todavía presidente.

Trump ha incitado durante semanas a sus seguidores a no aceptar la regla más sagrada de la democracia (respetar el resultado de las urnas) y su partido, el Republicano, ha sido incapaz de desautorizar el discurso golpista de su líder desde que debería haberlo hecho, cuando fueron rechazadas las más de 60 reclamaciones presentadas contra el escrutinio de los votos. Uno y otro son por eso corresponsables de lo que el miércoles sucedió en el Congreso y del daño que el asalto al Capitolio producirá a la política norteamericana y a la imagen del país.

Dicho lo cual, debe también subrayarse la exageración de quienes califican ya a EE.UU. como una república bananera. Lo dijo, en tono grave, Joe Biden, cuando el asalto al Capitolio aún no había terminado: unos miles de exaltados no son nuestra nación. Y lo cierto es que la democracia ha funcionado: los responsables del sistema electoral (claramente mejorable) han hecho su trabajo, los jueces -incluidos los del Supremo- han hecho el suyo, como también las fuerzas de seguridad. Así, finalmente, y tras cinco horas de ocupación del Capitolio, que se saldó con cuatro muertos, Biden ha sido proclamado presidente.

Trump y sus secuaces son los grandes derrotados. No solo porque han perdido las elecciones, sino porque pasarán a la historia norteamericana de la peor manera imaginable: como los incitadores del único intento de golpe de Estado de la historia del país.