Cuando fuimos mortales

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

CAPOTILLO

02 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Llegamos a creernos inmortales. La esperanza de vida había crecido con el siglo, la ciencia parecía la panacea que todo lo resolvía. La tecnología se había puesto a nuestra disposición y nuestra área de confort para quienes nacimos en esta parte del mundo, se amplió hasta limites que desconocíamos. Y el hombre empezó a sentirse inmortal, abdicó de los viejos valores, dejó a un lado el pensamiento mágico e incluso la tradición, y el mundo comenzó a convertirse en un parque temático, en un bosque de algoritmos.

Pero cuando el invierno se escabullía en el calendario, un virus de origen asiático se instaló en el corazón de occidente y entonces sorprendidos, nos dimos cuenta que éramos mortales.

Y nuestra fragilidad nos puso en el sitio que habíamos conscientemente olvidado, y el dolor y la muerte se coló masivamente en nuestras vidas y apelamos a recuerdos no vividos de otras pandemias antiguas, como la del año de la peste de 1664 que tan bien contó el novelista Daniel Defoe, o la más reciente gripe del año 20 del pasado siglo, que dejó Europa sembrada de cadáveres.

Con 70.000 muertos en España desde marzo, pudimos constatar la impotencia de la ciencia, que no podrá ser compensada con las nuevas vacunas que posiblemente paliarán las consecuencias de la pandemia.

Y cuando fuimos -somos mortales-, recurrimos a la popular sentencia atribuida a Benedetti que establece que cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas. Y perdimos el sabor de los alimentos, desaparecieron los olores de nuestra vida, huyeron los aromas y los perfumes, nos hurtaron los abrazos, y nos embozaron a todos, cubriéndonos con mascarillas quirúrgicas el rostro. Llegó la fiebre, el dolor de cabeza, nos costaba respirar y el virus, al que llamamos covid-19, habitó entre nosotros devolviéndonos la fragilidad que creíamos haber perdido, haber superado.

Mientras tanto los conspiranoicos, abanderados de teorías imaginarias, mantenían que el virus fue creado en un laboratorio chino, ignorando las agresiones que infligimos a la madre naturaleza, que de cuando en cuando endurece brutalmente sus respuestas, protesta y se rebela convocando pestes y catástrofes, vísperas de un apocalipsis sin jinetes, incluso cuando fuimos (in)mortales.