La crispación política

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

Fernando Alvarado | Efe

28 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Nuestra realidad es que el debate político no ha dejado de empeorar en España en los últimos tiempos y que, de algún modo, todos los ciudadanos estamos sufriendo las consecuencias de una dañina crispación difícil de curar. Porque no se percibe por ningún lado una firme voluntad política de enmendar los fallos y trazar una ruta común. Lo cual es grave porque es peligroso y porque siembra rudos enconos en derredor. Pero lo cierto es que nadie deja de disparar sus argumentos más simples y más interesados.

Una excepción la protagonizó, el pasado día 6, la presidenta del Congreso de los Diputados, Meritxell Batet, en el aniversario de la Constitución, cuando afirmó: «Hace ya mucho tiempo que sabemos de las consecuencias nefastas de considerar al adversario político un enemigo, de negarle legitimidad, de asumir un enfrentamiento constante e incondicional. El objetivo del debate político democrático no es eliminar al contrario, sino integrarlo y transformar sus posiciones». Palabras dignas de ser verdad (con algún matiz), pero que han caído en oídos sordos. Porque los enconos de nuestros políticos no se toman un descanso y se extienden a una amplia gama de argumentos interesados.

Parece especialmente preocupante que a nuestros representantes políticos, tan concentrados en sus reyertas, no les inquiete que se debilite -como se está debilitando- la confianza social y política de la ciudadanía. Pero quizá también tengan razón, porque, como explicó el canciller alemán Konrad Adenauer, «en política lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno». Y en ello parecen estar todos muy de acuerdo.

Pero la triste realidad es que nuestros políticos parecen seguidores del presidente italiano Giulio Andreotti, quien aseguraba que «no desgasta el poder, lo que desgasta es no tenerlo». Tal vez esto explique lo que sucede entre nosotros, con nuestros políticos convencidos de que lo primero es alcanzar y mantener el poder, para no padecer el desgaste de estar fuera de él. Esto explicaría su beligerancia y su particular encono en la disputa. Porque la política -lo dijo el escritor francés Edmond Thiaudière- «es el arte de disfrazar de interés general el interés particular». Y en ello parecen estar hoy todos los nuestros.