La esperanza

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

Ed

27 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

En el aniversario de la gripe de 1918 escribí un artículo en estas mismas páginas recordando aquella tragedia, cuya efeméride estaba pasando bastante desapercibida. Evocaba el recuerdo del viejo retrato de mi tío abuelo Pedro, un médico que había muerto en la epidemia, y el luto de su viuda, mi tía Elisa. Esas eran las huellas que había arrastrado la marea del tiempo desde aquel nefasto año 18 hasta nuestros días: un daguerrotipo en sepia en un salón cerrado en el que sonaba el latido de un reloj viejo y un color dominante en la ropa de una anciana que nunca hablaba de su tristeza… También mencionaba yo «Soldado de Nápoles», el coro de La canción del olvido que canturreaba mi abuela Ángela en las reuniones familiares. Igualmente era un recuerdo de aquella epidemia, que en España la prensa llamaba «el soldado de Nápoles» porque esa era la canción de moda aquel año. Alguien, creo que una lectora, escribió entonces un comentario bajo el artículo diciendo que ojalá no volviésemos a vivir algo así. Como sabemos, y por desgracia, ha sido una plegaria no atendida. Lo hemos vivido. Lo estamos viviendo aún.

Pero no quiero ahondar en la tristeza, porque ni es necesario ni es útil. El hecho es que hoy comienzan las vacunaciones. Simbólicamente, de manera testimonial si se quiere, poco a poco… Pero eso no es ahora lo que importa. Lo que importa es que se ha puesto en marcha lo que Malraux decía que era la fuerza más poderosa que existe en este mundo, y que es la esperanza (él tituló así uno de sus libros). A partir de ahora es la vacuna la que se va a extender por todo el mundo con rapidez. Cada pinchazo nos irá acercando de nuevo al mundo de antes; un pequeño dolor a cambio de la libertad perdida; un ritual universal sin precedentes que nos recordará de paso, aunque solo sea por un instante, que pertenecemos a una misma especie, capaz de cosas terribles, pero sobre todo grandiosas.

Derrotar a este virus será una ellas. Lo hemos logrado ya antes. Somos muchos los que tenemos, a veces muy visible, la marca de la vacuna de la viruela. He pensado mucho en esa marca en estos meses, y la he mirado cuidadosamente en el espejo. Recuerdo cuándo me pusieron esa vacuna: el señor Vellé, un practicante buen amigo de mi padre, me la administró en el salón de casa una noche de tormenta, y me dijo que era un valiente, como se les dice a todos los niños que están asustados. En una época en la que tanta gente se tatúa en la piel cosas que a veces no quieren decir mucho, esta es una verdadera marca de identidad, la señal de un triunfo de la civilización humana, porque la viruela ha sido erradicada completamente.

Me siento ahora como si volviese a estar en las manos del entrañable señor Vellé. Todos lo estamos ahora: en las de los científicos, los médicos y practicantes. Hagamos lo posible por facilitarles las cosas. Seamos pacientes. Y, de momento, digámosle ya adiós a este año doloroso que se va sin campanadas en Sol. Se va él también, el 2020, como una tormenta, con un ruido que seguirá resonando en el horizonte por mucho tiempo, hasta convertirse en un eco lejano. Quedarán de él, como de 1918, una canción que de repente nos hará recordar, la foto de un ser querido que no se olvida, el luto en otras formas que ya no son el color de la ropa. Cosas pequeñas, porque es increíble el poco espacio que necesita el sufrimiento para asentarse. Y sí, como decía aquella lectora que escribió bajo mi artículo de 2018, que el deseo de este nuevo año sea que no volvamos a vivir nada así nunca más.