Feijoo no quiere ser el Grinch

César Casal González
césar casal CORAZONADAS

OPINIÓN

20 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Los contagios son tozudos. La realidad en Alemania, en Italia, en el Reino Unido, en Francia, en los Países Bajos, en Bélgica, en Grecia o en Lituania va por un camino de fuertes restricciones. Adiós a los polvorones para evitar una tercera ola gigante que termine con los que quedamos. ¿Y si Merkel tiene razón? En esta España multidiversa de las autonomías y del Estado estamos amagando con una mini suspensión / no suspensión de las Navidades. ¿No sé qué nos impide practicar el cerrojazo si las cifras se nos vuelven a escapar? ¿De verdad nos va tanto en celebrar unas Navidades que muchas veces acaban como el rosario de la aurora? 

Estamos en una pandemia universal. Hemos hecho colas para ir a la compra como si esto fuese la Unión Soviética de los peores años. Debutamos en el confinamiento vaciando los supermercados de papel higiénico, por favor. Hemos vivido lo impensable. Hemos sufrido un daño psicológico que aún está por evaluar. Son demasiados hechos que se suman al exceso de indicios que tenemos de que unas Navidades con celebraciones laxas nos pueden pasar una factura inmensa como para solo amagar con allegados, con una o dos unidades familiares, con cierres perimetrales flexibles y con no contar a los niños.

¿Qué interés hay en seguir adelante como si no pasase nada? ¿El interés es comercial? Muchos regalos, también del comercio local, se pueden hacer a distancia. Con el palo económico que llevamos encima, no es solo el dinero el que nos tiene en España y en las autonomías paralizados a la hora de ser más drásticos, para zanjar el 2020 con unas discretas celebraciones en la intimidad que nos sirvan para mandar a tomar por el saco el lamentable año al que, no todos, hemos sobrevivido.

Demasiados se nos han ido, como para jugar con fuego. Se puede armar el belén, pero en familia. Hay videoconferencias. Todo empezó en un modesto galpón, ¿no? Con un niño que nació casi sin recursos. Pues vayamos a por las fiestas estrictas para no llevarnos el sopapo de enero, además de la cuesta de enero, ya garantizada. Toda esta operación salvemos la Navidad, que viene siendo salvemos al denostado cuñadismo, no se sostiene tampoco en que lo hacemos por los niños. Los niños solo quieren los regalos. Todo estos amagos, pasos adelante y atrás, en ser más o menos estrictos en Cuenca o en Cantabria, en Madrid o en Galicia, o en toda España, está muy relacionado con que ningún político quiere ser el Grinch (el mítico duende que tanto nos divirtió robando la Navidad).

Ni el campeón de las medidas a tiempo, Feijoo, quiere ser el Grinch. Que decidan los científicos. Si vamos tan mal, que cierren lo que tengan que cerrar. Recomendar a los españoles es un chiste. Haremos justo lo contrario. No queremos llorar más muertos. Si la realidad nos va a estropear la ficción de la Navidad, que lo haga. No nos pasa nada por saltarnos el cuento de las guirnaldas, las uvas y la fraternidad universal. Se puede disfrutar de otra manera. Dejemos por un año que los que beban sean los peces en el río.