El regreso del «Cojo Manteca»

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

Rodrigo Jiménez | Efe

03 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Su imagen, mientras destrozaba con una de sus muletas cuanta farola le salía al paso, dio la vuelta al mundo a finales de los ochenta. Su foto, blandiendo la muleta con precisión quirúrgica, fue portada en el Herald Tribune y The New York Times. Símbolo de los disturbios callejeros derivados de las huelgas estudiantiles de la época, al Cojo Manteca no se le conocía ideología alguna. No la tenía. Mitad vagabundo y mitad activista, solo era un profesional de la algarada.

Más de tres décadas después hay quien se empeña en etiquetar ideológicamente a los vándalos que, saltándose el toque de queda, protagonizan disturbios violentos en varias ciudades españolas. Son «nazis y fascistas», según Pablo Echenique, y «menas -inmigrantes- e infiltrados» de «extrema izquierda», en versión de Santiago Abascal. Vano intento. Esta violencia no tiene color ni bandera. El caos por el caos constituye el único ideal que mueve a quemar autobuses, saquear comercios o agredir a la policía. Pero ideología, ninguna. Porque no puede haberla en un abigarrado conjunto de negacionistas, trumpistas y encapuchados antisistema, de motivaciones contradictorias, donde no florece una sola idea.

Cosa distinta son las causas y las responsabilidades de los brotes de violencia. Excluyamos a la mayoría del pueblo español que, pese a su hartazgo, sigue dando ejemplo de resistencia y mesura. Contra toda lógica en época de calamidad, apenas ha habido hasta ahora conflictividad social. Los desahuciados del empleo, los sin techo, los sanitarios expuestos, los principales damnificados de la crisis han mantenido a raya su indignación. Las protestas surgen en barrios privilegiados. Los primeros conatos de violencia tampoco se registraron en este país, el más castigado por el virus y el desplome económico. Ya en junio, en la modélica Alemania, Stuttgart fue tomada por centenares de «despreciables» -el adjetivo es de Merkel- encapuchados. Tampoco los graves disturbios registrados en Italia y Francia tienen parangón en España.

Absueltos los ciudadanos, la responsabilidad recae sobre la clase política. La crispación y el cuestionamiento de la legitimidad del Gobierno crean el humus propicio. La palabra, instrumento eficaz para resolver conflictos y alcanzar acuerdos, reconvertida en artefacto incendiario. La violencia retórica fomenta muchas veces la violencia callejera. Alguien debería repasar aquellas sesiones en Cortes de la Segunda República, donde las furibundas acusaciones y amenazas obtenían su réplica de sangre en las calles.

Los partidos políticos, unos más que otros, acumularon toneladas de yesca inflamable. Y la extrema derecha de Vox, todavía no conforme con la pira, vertió encima bidones de gasolina. Si Sánchez es un dictador, el Gobierno «criminal» y el PP, tras la fallida moción de censura, su cómplice, la violencia, incluso para los más timoratos, queda justificada. Por eso no le falta razón al tuitero que escribe: «La segunda parte de la moción de censura se está rodando en exteriores». Contra el crimen todo vale, incluido el Cojo Manteca.