El «Todo irá bien» se nos ha gastado de tanto usarlo, pero es una frase a la que deberíamos sacar brillo, meter en una caja, ponerle un lazo enorme y regalársela a los miles de chicos que estos días se despiden del bachillerato, con celebraciones en las que llevan mascarilla, con graduaciones a través de Internet o con el subidón (o el bajón, según los casos) de terminar los exámenes de acceso a la universidad. Tienen por delante toda la vida pero muchos ya han tenido que elegir qué quieren ser de mayores, mientras muchos mayores todavía no saben si les gusta lo que son.
Algunos han tomado ya, o tomarán en los próximos días, decisiones que determinarán su existencia. Y la sociedad, que tantas veces se olvida de ellos, les exigirá que sean buenas decisiones. El entorno pretenderá que no se equivoquen, que no rectifiquen, que no den marcha atrás, que acierten, como si retroceder fuera un fracaso. Les decimos que con los 18 empieza la vida real, como si hasta ahora hubieran vivido una vida de mentira.
Cuando doy consejos a gente joven de repente se me caen un montón de años encima que yo no sabía ni donde estaban. Entonces me acuerdo de todos los que me dieron a mí cuando tenía su edad. Es probable que los míos no les sirvan de nada pero yo me quedo tan a gusto. No digo que ahora empiece la vida real, pero, chavales, ahora empieza lo bueno. Es el momento, hagáis lo que hagáis, de currar mucho. Y de pasarlo en grande. De aprovechar cada minuto, cada clase, cada partida de mus, cada profesor, cada hora de trabajo, cada viaje.
A lo mejor no sabéis qué hacer con vuestras vidas, a lo mejor teméis equivocaros, pero pensad que, si os empeñáis, todo os irá bien.