Enfermos de miedo

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

25 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

No hay peor muerte que la que no se puede llorar. El amigo, el padre, la abuela, el pariente que se va a la sepultura en silencio y en soledad. Sin un adiós, sin una oración, sin una lágrima. Los óbitos en estos tiempos son como clandestinos. Cadáveres secuestrados. Invisibles. Se van en la más estricta intimidad, como rezan las esquelas. Semejan castigados al olvido colectivo. Como mucho, a veces, corre por las redes un llanto virtual que suena huero y distante. Son palabras a las que les falta la sustancia de la realidad visible.

Lo peor del coronavirus no es el confinamiento, es que vino a matarnos los afectos. Le puso barreras a la mirada y al corazón. Nos hurtó la primavera y nos enfermó a todos de miedo. Estamos convalecientes en el salón, en la biblioteca o en la habitación, como fantasmas a la espera del veredicto del azar. La peor de las plagas bíblicas que se hayan podido pronunciar en tiempos de una globalización feroz. Es la enfermedad virtual que vivimos a distancia mientras no nos toca los alveolos, al tiempo que se va cayendo el mundo de los púlpitos y las montañas de dinero se desmoronan con la facilidad de un estornudo. Y en medio de todo este apocalipsis va y surgen los héroes de a pie. Los que cada día se juegan la vida para que los demás conserven la suya. Los que no cotizan en bolsa ni se sientan en los altos gabinetes. Nuestra sociedad está recibiendo tal sacudida que nos obliga a preguntarnos hacia dónde queríamos ir, ciegos de ambiciones. Menos mal que en este encierro un amigo me recomendó que lea a Cicerón: «Cada quien tiene que estar contento con el tiempo que le ha tocado vivir», vino a escribir el orador y filósofo romano. Y no hay otra.