Lo que estamos viviendo por el dichoso ataque del coronavirus es un estado de excepción en toda regla. Llamémosle como queramos, pero un estado de excepción o de sitio. Nunca, ni en los momentos más álgidos de la gripe A, del ébola o del sida, habíamos llegado a una situación de alarma y caos como la que ahora mismo se vive en gran parte del mundo, pero de forma especial en países como Italia, China, España, Francia, o Portugal.
Muertos por motines en cárceles, cientos de presos fugados, llamada a filas de médicos jubilados, suspensión de actividades educativas, clausura de instalaciones deportivas, aislamiento completos no ya de barrios sino de regiones enteras, supermercados desabastecidos, decenas de millones de personas inmovilizadas, hospitales desbordados, imposición del teletrabajo, pérdidas empresariales multimillonarias, caídas históricas en las bolsas, pánico en el mundo económico, restricción de movimientos de personas y materiales, focos de contagio completamente descontrolados y programas especiales en radios y las televisiones, parece más bien un breve resumen de la situación en un estado de preguerra que por los efectos de un virus.
La comparecencia diaria de Fernando Simón, portavoz de Sanidad y director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, que con profesionalidad y gran templanza informa sin alarmismos ni florituras de la situación, se contradice con el estado general que el ciudadano percibe en los informativos y medios en general. Restringimos saludos, evitamos contactos y caminamos pendientes de si quien pasa a nuestro lado muestra algún síntoma de padecer el virus. El temor ha hecho que nos convirtamos, en cuestión de días, en grandes especialistas de un ataque causado por un desconocido. No sabemos dónde. Ni cuándo.
A la vista de la situación real que se corresponde con un estado de excepción nos queda la duda de si el Covid-19 ha surgido por una mera casualidad. Si su origen está en la «vida silvestre», como nos dicen, o en algún departamento silvestre. Porque ya sabemos que algunos virus detonantes de epidemias, no tienen su origen, precisamente, en la naturaleza.