Boris

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

Andrew Parsons

17 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Boris Johnson ya puede lanzarse por el túnel mágico de Alicia en el país de las maravillas. Como un niño que se arroja con los brazos abiertos por el tobogán recién estrenado en el patio de su casa. Charles Lutwidge, más conocido por el seudónimo de Lewis Carroll, concibió su narración fantástica en los veranos de Llandudno, una pequeña ciudad costera de Gales atiborrada de gente en el estío y donde uno puede dar largos paseos ante las fachadas de hoteles y casas victorianas y visitar su parque natural, que incluye unas minas de la Edad de Bronce. Boris anduvo por Gales en campaña y esquiló ovejas. A saber ahora quiénes van a ser los verdaderamente trasquilados. En la noche electoral aparecía sentado en una butaca con los pies apoyados en una mesa mientras seguía los resultados de las urnas. No sé si eso presagiará algo bueno. Cada vez que un dirigente occidental coloca así los pinreles hay que echarse a temblar. Son actitudes que acaban afectando a la suerte y a la dignidad de millones de inocentes. No hay más que recordar las armas de destrucción masiva. Hay imperios, guerras y desastres que se levantaron sobre grandes mentiras. Solo se necesita que la gente las crea y estamos en unos tiempos en los que se le da certificado de certeza a cualquier majadería.

El Enrique VIII del siglo XXI predica la nueva religión, solo que Roma ahora es Bruselas, aunque falte una Ana Bolena a la que tajarle el pescuezo. Queda contar las lunas hasta saber en qué acabará todo. El tiempo es mudo, pero implacable como el fuego que va quemando páginas de la historia. Queda la esperanza de que un día se imponga la razón.