La dificultad para tomar en serio el desafío medioambiental tiene que ver con el deterioro ético y cultural que está en su base: hay un modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice la realidad hasta dañarla y poner en peligro incluso la supervivencia del ser humano en el planeta en una civilización decente.
La causa ecológica no es patrimonio de la izquierda, ni mucho menos. Desde sus orígenes, hace casi 50 años, la bioética lleva alertando de ello. El papa Francisco está muy implicado personalmente en este asunto, y trata de que la Iglesia católica se implique. Escribió un documento memorable hace algo más de cuatro años, Laudato si, que he vuelto a leer estos días. Su tesis es que solo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible un compromiso ecológico.
Victoria Camps, Adela Cortina, Javier Gomá, Fernando Savater y Ramón Vargas-Machuca publicaron en el 2012 Una democracia de calidad, en donde leemos: «Debe cambiar el orden de los valores. Los años de bonanza económica pasados han propiciado una cultura de la irresponsabilidad y del dinero fácil, que ha traído consigo corrupción, evasión de impuestos y un consumismo voraz. Si algo puede enseñar la crisis es que debe cambiar la jerarquía de valores».
Distintos documentos, misma tesis. ¿Estamos en esta onda? No hace falta más que darse una vuelta por los centros comerciales para decir claramente que no. Hay mucho postureo, eso sí.